samedi 13 avril 2019

BREVE HISTORIA DEL FUNDIDISMO

Por Eduardo García Aguilar
En literatura bien puede decirse que todo se define en la adolescencia, cuando el estudiante de bachillerato escala los últimos grados y comienza a ser un ciudadano a carta cabal que enfrenta los poderes o los busca y a la vez encuentra las afinidades y las fobias que marcarán para siempre su vocación. Lo mismo puede decirse para músicos, artistas plásticos, científicos, bandidos, políticos, abogados, médicos y deportistas, entre muchas otras disciplinas. 
La vida es después un largo camino de ajuste de esas inquietudes y sueños iniciales, lo que no evita las sorpresas del camino, cuando el destino hace girar de repente hacia a otros rumbos inesperados al protagonista de su propia vida. 
Como en las grandes novelas de iniciación o aprendizaje denominadas en alemán Bildungsroman, como Las tribulaciones del estudiante Törles, entre muchas otras, el joven precoz de 15 o 16 años se bebe el mundo con todas sus antenas y lo entiende con sus instrumentos frescos y recientes y en perfecto estado de funcionamiento. Ese segmento inicial, como el del mítico Andrés Caicedo, es un nucleo protéico esencial tras el cual la vida es solo una repetición insondable del inicio. Otras novelas de iniciación que se refieren a esos temas y nos ilustran sobre el asunto son Los años de aprendizaje de Wilhem Meister de Goethe, El rojo y el negro de Stendhal, La Educación sentimental de Flaubert, Retrato de un artista adolescente de James Joyce, La montaña mágica de Thomas Mann y Demián de Herman Hesse.
El lector adolescente por lo regular se conecta en esos momentos con algunas figuras básicas de la literatura como Walt Withman, Arthur Rimbaud, Franz Kafka o Federico Nietzcshe. Con el primero descubre la palabra fundacional de un país joven, con el segundo los arcanos de la rebeldía a ultranza, con el tercero los laberintos del misterio, las modalidades del absurdo, y con el cuarto se dispara hacia las indagaciones más osadas sobre el hecho de existir.
En otras disciplinas ya en el colegio se definen también las tendencias, pues el rebelde y justiciero comienza a mostrar sus impulsos redentores que en muchos casos lo llevarán al fracaso y a la muerte, mientras otros, como el conservador autoritario, el militarista o el ávido de riquezas se perfilan ya con todos sus talentos, argucias y energías. 
El colegio en abstracto es ya un ensayo del mundo futuro pues allí como mandatarios figuran el rector y el vicerrector que pueden ser queridos u odiados, buenos y malos profesores, detestados prefectos de disciplina, autoridades que garantizan el orden o líderes que organizan huelgas o actividades culturales no muy bien vistas por quienes aman el engranaje sin resquebrajaduras, matices o delirios.
Y digo el colegio en abstracto porque los adolescentes de una ciudad crean vasos comunicantes entre todas las instituciones cuando se cruzan en el ágora de la fiesta, los conciertos, los espectáculos o las manifestaciones que convocan a una generación a interesarse por los problemas y los asuntos del país, colocándose en alguna esquina del espectro político como lo han hecho en otro tiempo progenitores, abuelos o ancestros de otras épocas y en todos los continentes.
Luego el destino dispersa a todos esos personajes conocidos en las aulas y con el tiempo llegan las noticias de sus vidas. Cuando se hace el balance, el poeta en ciernes seguirá siendo poeta, el dramaturgo deambulará por los escenarios, el abogado vivirá en los tribunales, el rico en los clubes y casinos, el militar en los campos de batalla y así suscesivamente se declinan los destinos en todos los tiempos verbales posibles.
Pienso todo esto ahora que desenvuelvo el rollo del tiempo con motivo de la partida reciente de Enrique Cardona Hernández, amigo de colegio con quien fundamos hace medio siglo un movimiento poético secreto que pretendía ser más revolucionario que los nadaístas y todas las vanguardias juntas. Ya a los 16 años él había leído a los vanguardistas del siglo XX y a los poetas malditos, por lo que rápido nos hicimos amigos y cómplices de la aventura literaria.
Tal y como hicieron los dadaístas en Zurich nos reunimos en un restaurante chino llamado Chop Suey, situado en la carrera central de la ciudad, y allí con los ojos cerrados exploramos entre las páginas de un diccionario al azar una palabra que definiera nuestro movimiento y encontramos el término fundar, de donde salió el Fundidismo, nombre que sugería no solo el hecho de fundar sino el de fundir los metales y las cosas. Subíamos a la azotea del Banco del Comercio situado entonces al lado de la Catedral y desde ahí lanzábamos nuestros textos despedazados. 
Ambos solíamos acaparar los principales premios de los concursos literarios colegiales o intercolegiales en cuento, poesía y ensayo. Alguna vez él ganó con un cuento titulado 9.000 pasos sobre el polvo y otras fue mi caso con La cuadra de la clepsida o La vigilia de los relojes. Esos textos fueron publicados por el nadaísta Mario Escobar Ortiz en el suplemento literario dominical que dirigía en La Patria y los conservo como si fueran papiros egipcios o palimpsestos hebreos.
A los 16 años ya habíamos aparecido en letras de molde y nos sentíamos impulsados por una fuerza poderosa tan enérgica como las turbinas del cohete Saturno V que había llevado hacía poco a los hombres a la Luna. El nadaísta había ilustrado mi cuento con el famoso cuadro de Munch El grito y el de Enrique a su vez mereció una imagen expresionista como el espíritu de ese precoz amigo. 
Luego pasamos a la experiencia del libro creando una pequeña editorial artesanal, las Ediciones Ecurilodaóricas, que confeccionábamos y encuadernábamos con nuestras propias manos y donde publicamos un solo libro dedicado a nuestros terribles poemas fundidistas, con respectivos prólogos explicativos, que guardo como un incunable de la arqueología personal. Fue un juego confidencial realizado entre dos adolescentes que representaban en la ciudad el arquetipo del personaje literario del Bildungsroman. Creamos un movimiento secreto con dos fundadores y dos seguidores, que éramos nosotros mismos, y luego la vida nos llevó por donde quiso llevarnos.
Enrique, amante del rock y moderno esencial, estudió después la carrera de medicina en la Universidad de Caldas y ejerció mucho tiempo como médico cirujano en Manzanares, en el oriente de Caldas, en los tiempos de otra ola de violencia, y operó y salvó cientos de vidas de heridos por arma blanca y bala que llegaban día a día a su hospital en medio de la guerra, según relató en nuestra última feliz charla en mayo de 2017. 
Durante su vida fue un médico humanista y generoso y se destacó como campeón de ajedrez y experto en los arcanos de la informática moderna, otra de sus pasiones. Nos reencontramos en la cantina El punto de Serpa con nuestro amigo Antonio Leyva, que lo dirigió en una obra de teatro donde él hizo de payaso, para brindar por la vida y el arte, no lejos del centro de ajedrez donde ejercía Enrique y del Hospital Universitario que tan bien conocía. Ahora que ha emprendido una nueva aventura en el país de nunca jamás, es hora de empezar a contar por fin la Increíble y breve historia del Fundidismo. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Domingo 7 de abril de 2019.

LAS AVENTURAS LITERARIAS DE AGUILERA GARRAMUÑO


Por Eduardo García Aguilar
La Universidad Veracruzana rinde homenaje al escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño (1949), quien cumple 40 años de actividad en esa prestigiosa institución situada en Xalapa, en el estado de Veracruz, donde ha sido profesor, editor y director de varias publicaciones. A lo largo de fructífera vida literaria ha publicado decenas de libros de narrativa y ensayo y ejercido la crítica literaria en revistas y diarios de México y el continente americano, donde se ha involucrado en diversas polémicas por su implacable criterio al analizar las obras de sus contemporáneos. 
Al llegar a la venerable edad de 70 años, Garramuño, como suele llamársele, sigue siendo el infatigable autor que no ceja en una tarea literaria iniciada de manera precoz con su primera novela Breve historia de todas las cosas, publicada por Ediciones de la Flor en 1975, y el año pasado logró el Premio nacional de Novela de México con su ultimo libro sobre la melancolía, Formas de luz, una vasta obra donde cuenta el hundimiento de un hombre en el infierno de la depresión, siguiendo los pasos del gran autor estadounidense William Styron, quien en lo máximo de su fama cayó de repente en el abismo personal tras recibir un premio literario en París.
Aguilera Garramuño estudió filosofía en la Universidad del Valle, donde en los tiempos de Estanislao Zuleta, Andrés Caicedo y Enrique Buenaventura, empezó a escribir su obra bajo la tutoría de Gustavo Alvarez Gardeazábal, que leyó el primer manuscrito de su novela más famosa. Desde entonces empezó a ganar todos los concursos de cuento y novela en que participaba, entre ellos el prestigioso galardón del Sesquicentenario de la Universidad del Cauca en 1978 con su cuento Próxima guerra en Alaska.
Como fui finalista de ese premio al lado de Sandro Romero Rey y Nayla Chehade, empecé a seguirlo desde entonces como autor, antes de encontrarlo en México en 1980 y compartir con él las páginas de varios suplementos y revistas mexicanos, como el conocido Sábado del diario Unomásuno, que abrió las puertas a varias generaciones de autores latinoamericanos y mexicanos de ese tiempo bajo la conducción de Huberto Batis. 
Garramuño dice de él mismo que es un megalómano, un egoísta, pero por el contrario es tal vez uno de los más generosos autores de su generación y uno de los pocos que lee a sus contemporáneos y los sigue con afecto y paciencia celebrando sus éxitos o criticando sus malos libros. El ejercicio crítico le ha granjeado no pocas molestias y le ha cerrado puertas a este autor que sin duda merece un sitio más prominente en la lista de los narradores más notables del post boom.
Dotado de una gran inteligencia, erudito en temas literarios y además atleta destacado en pruebas de natación desde su primera juventud, Garramuño es en cierta forma un inclasificable pues su trayectoria ha sido casi la de un apátrida a quien ningún país reivindica como suyo porque tiene varios. Nacido en Colombia, terminó el bachillerato en Costa Rica, donde se sitúa su primera novela, y después residió en Estados Unidos, donde realizó el posgrado de literatura en Kansas y más tarde en la ciudad de Monterrey, desde donde viajó para ser acogido por la prestigiosa Universidad Veracruzana, la misma que editó en los años sesenta por primera vez Los funerales de la mama grande de Gabriel García Márquez y Diario de Lecumberri de Alvaro Mutis.
De madre argentina y padre colombiano Garramuño dejó muy pronto su natal Colombia, a la que ha sido fiel a lo largo de estas décadas. Del lado argentino vienen tal vez sus tendencias megalómanas y su "déficit de atención", como dice su sabia hermana menor; y de Colombia el espíritu guerrero que lo ha llevado a tratar de derruir torres y molinos imaginarios y ganarse enemigos gratuitos. De Estados Unidos viene su pasión por la ciencia y el deporte competitivos, de México su rebeldía sacrificial y prehispánica y de Centroamérica la efervescencia de sus transiciones, inspiradas en el ímpetu del nicaragüense Rubén Darío y la productividad del guatemalteco Miguel Angel Asturias.
Esa diversidad de orígenes lo hace inclasificable, una especie rara que no ondea ninguna bandera ni aspira ser el emblema de algún país, grupo o región específica. En su torre de marfil de la ciudad de Xalapa, Aguilera Garramuno vive un exilio interior que le facilita ejercer su libertad literaria por caminos muy originales que lo hacen derivar al mismo tiempo por abismos y vertientes cruzadas, como el improbable amor loco entre un helicóptero y un rinoceronte.    
En México ha publicado casi todos sus libros, entre los que se destaca Cuentos para después de hacer el amor,  Mujeres amadas, Paraísos hostiles, Venturas y desventuras de un frenáptero, Los grandes y los pequeños amores y otros más que exploran las tribulaciones del deseo, las derivas del amor, los misterios de la mujer, los secretos de las lolitas de Nabokov, los disturbios mentales del creador, las ansias y las angustias de los declinantes hombres heterosexuales de la segunda mitad del siglo XX y los primeros lustros del siglo XXI.
Su obsesión por las mujeres y sus misterios surge tal vez de la búsqueda imposible de la bella madre perdida, que muy joven quedó viuda y a cargo de una amplia prole y cuyo destino explora en El amor y la muerte, novela que resultó finalista del premio Alfaguara. En tiempos de radical insurrección feminista, la obra de Aguilera Garramuño puede ser un material básico para entender la decadencia definitiva del hombre heterosexual en Occidente y el agotamiento del cruel patriarcado milenario.    
La prosa de Garramuño se destaca por la complejidad de un estilo que no da concesiones a la facilidad en boga y sus intrincadas tramas nos muestran la labor de un coloso literario que revisa con furia maniática cada una de sus oraciones, las retuerce, pule, energiza, golpea, rompe y teje como en su tiempo lo hizo Marcel Proust encerrado en su habitacion de asmático para escribir En busca del tiempo perdido. 
Tal vez por estas y otras razones Marco Tulio Aguilera Garramuño es uno de los autores latinoamericanos más notables de la actualidad y la Universidad Veracruzana acierta al homeneajearlo en el marco de la Feria Internacional del libro de Veracruz dedicada este año a Colombia. 
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de abril de 2019