samedi 22 septembre 2018

ACTUALIDAD DE BERNARDO ARIAS TRUJILLO

Por Eduardo García Aguilar


A ocho décadas de su muerte y 115 años de su nacimiento, Bernardo Arias Trujillo (1903-1938) sigue siendo actual porque hace parte de una generación moderna y malograda que irrigó la poderosa creación telúrica latinoamericana de su tiempo en todos los países, antes del estallido de la Segunda guerra mundial. No solo escribió  en su corta vida de 35 años la novela cinematográfica Risaralda, sino que fue poeta, traductor, panfletario, publicista y ensayista de talento.  

Hace unos años, cuando visité una noche de neblina con Harold Alvarado, Alvaro García y Marcela Cerón la vieja casa donde él murió, desfigurada por la institución instalada ahí, cuando debería ser un museo dedicado a su vida y obra, recordé con alegría y agradecimiento el hecho de que mi padre tuviera varios de sus libros en su biblioteca y por eso me conecté muy temprano con su traducción de La balada de la cárcel del Reading de Oscar Wilde, así como Diccionario de emociones y En carne viva.      

El poema homosexual Roby Nelson era ampliamente conocido entre los jóvenes poetas y amantes de la cultura de la ciudad, que éramos muchos, pues había además de la gran agitación política reinante de la época post-68, muchos centros culturales y un culto a la literatura que ya se practicaba por tradición desde hacía décadas, no sólo por el auge de los llamados greco-quimbayas, que eran políticos derechistas ilustrados, como Silvio Villegas, sino por la literatura popular y rebelde de Iván Cocherín y José Naranjo y la literatura maldita existencialista de José Vélez Sáenz

Conocí el poema a través de mi padre, un liberal que amaba la literatura y lo tenía en una antología de poesía colombiana al lado de los poemas de Julio Flórez, Guillermo Valencia, José Asunción Silva y Rafael Pombo. No asustaba para nada en Manizales ese canto a un efebo bonaerense de arrabal. Se le disfrutaba como un gran logro estético. Todos admirábamos a Rimbaud y Oscar Wilde.
En su biblioteca mi padre tenía toda su obra, salvo la que firmó con el seudónimo de Sir Edgar Dixon. Los escritores mayores, algunos de los cuales pudieron coincidir jóvenes con Arias Trujillo, conocían muy bien sus libros e incluso criticaban su exageración en el manejo de los adjetivos y el excesivo greco-quimbayismo de su prosa. 

Además de su famoso poema gay Roby Nelson, hay otro poema erótico de Arias Trujillo llamado Versos a una muchacha deportista, lo que nos indica que como Proust, tenía buen sentido de apreciación del cuerpo femenino, como lo demuestra en su descripción de las "belkis trigueñas" en su clásica novela.
Su leyenda ya estaba instalada poco después de su muerte. Manizales es una ciudad muy especial porque ya en los 30 existía allí un gran editorial privada, Arturo Zapata editores, que publicó a todos los clásicos del país en tiempos de entreguerras, como Fernando González, César Uribe Piedrahíta, León de Greiff y muchos otros. El director de esa editorial era un exquisito que dirigía además la revista literaria Cervantes.

Lo cuento más por curiosidad documental que otra cosa: acabo de dempolvar en unos papeles viejos que cargo en un maletín negro, el original de un ensayo que escribí sobre Arias Trujillo a los 17 años, y que ganó un premio de ensayo en La Patria con el que me gané 5000 pesos de ese entonces. « Bernardo Arias Trujillo : el artista y el mundo », por fortuna inédito, es un texto de 10 páginas con apartes que me sorprenden y otros que me sonrojan, donde paso revista de manera caótica a la vida y la obra del personaje con los elementos conocidos por un joven escritor adolescente manizaleño de la época, intoxicado de literatura y rebelión, lo que muestra con claridad documental que Arias Trujillo era un escritor asumido y oficial en Manizales.

Tratemos de situar a Arias Trujillo en el contexto histórico nacional. Es necesario acabar con las mitologías de opereta y de tango que la cultura colombiana oficial ha tejido en torno a los autores de la época de entreguerras, una de las más fascinantes del siglo XX, que está por cartografiar y estudiar ampliamente, como lo han hecho con ese lapso de la historia literaria de sus países argentinos, brasileños, peruanos y mexicanos. 
El país en esos años 20 y 30 era mucho más moderno de lo que creemos. Retornó el liberalismo al poder con Enrique Olaya Herrera, Eduardo Santos y Alfonso López Pumarejo. Se fundaron la Biblioteca Nacional y la Universidad Nacional de Colombia, se publicó la Biblioteca Samper Ortega y hubo un gran auge editorial y cultural. En esas dos décadas en Bogotá y en varias ciudades de provincia había revistas, editoriales y vida cultural. 

Manizales por esas fechas era una especie de Manaos cafetera de tierra fría con mucha presencia europea. Europeos y estadounidenses ya habían llegado antes en el siglo XIX a trabajar como ingenieros o capataces en las minas de la zona. O sea que no era un pueblo perdido o aislado en las montañas. Además la cultura era algo central y ya se había fundado el periódico La Patria, donde escribían los autores del greco-quimbayismo, entre ellos Silvio Villegas, su director, Aquilino Villegas y otros. 

Había varias tendencias políticas en el país: el liberalismo, laico y abierto en materia cultural, el conservatismo, admirador de Mussolini, la derecha maurrasiana francesa, la falange española y las ideas eugenistas del protonazismo. Y también había un gran auge de las ideas socialistas y comunistas con personalidades como María Cano, Ignacio Torres Giraldo, Luis Vidales y una gran actividad sindical y de los movimientos sociales. En medio de toda esa esfervescencia de escritores, caricaturistas, poetas, panfletarios, vivió el joven Arias Trujillo.  

Nació en Manzanares, vivió en Manizales, pero también estuvo a fondo en Bogotá, donde escribía folletines, y en Buenos Aires, donde fue diplomático con el "Leopardo" José Camacho Carreño. Era pues un joven cosmopolita de tendencia liberal, una versión liberal de los Leopardos. 

En su libro En carne viva se muestra su furia frente a los que él llama los "lanudos" de Bogotá y la oligarquía colombiana. Era un rebelde e inclusive un derechista como Silvio Villegas, el autor de No hay enemigos a la derecha, publicado por Arturo Zapata en 1937, admiraba a este joven contemporáneo y dice que su rebeldía lo llevó al fracaso: "Altivo y desdeñoso, desafió con indomable carácter las oligarquías económicas y políticas, cerrándose los caminos del éxito". Ahí todo está dicho.
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* Publicado en la Patria. Manizales. Colombia. Domingo 23 de septiembre de 2018.

samedi 30 juin 2018

LAS CALLES DE LAS CIUDADES AJENAS

Por Eduardo García Aguilar

La excelente editorial Sílaba de Medellín acaba de publicar la primera novela del poeta colombiano Jorge Bustamante García (1951), Las calles de las ciudades ajenas, que bien puede situarse dentro del género de las obras de formación al lado de Las tribulaciones del estudiante Törless de Robert Musil o La montaña mágica de Thomas Mann. Cuando los poetas se arriesgan a escribir novelas suelen hacerlo por medio de una prosa tersa y límpida donde tratan con sabiduría de atrapar y conjurar el pasado, haciendo acopio de sus largas experiencias vitales y en este caso el fruto es una novela corta, ceñida, donde el autor despliega todos sus recursos.

Bustamante, quien tiene ya una amplia obra poética y ha traducido innumerables autores clásicos y contemporáneos rusos, se radicó desde la década de los años 80 en México donde ejerce su profesión y está presente en suplementos y revistas culturales de todo el país. Su pasión total a la literatura lo ha convertido ya en uno de los valores de la rica generación de autores colombianos nacidos en los años 50, la llamada Generación Sin Cuenta, al lado William Ospina, Eugenia Sánchez, Sonia Truque, Rómulo Bustos, Orietta Lozano y Evelio Rosero, entre otros muchos.    

En esta su primera incursión en la narrativa de fondo, Bustamante se destaca por el uso de un lenguaje transparente, generoso, con gran sentido del humor e ironía, pese a que el ángulo escogido para narrar la historia de su formación se da en condiciones difíciles, cuando el protagonista es detenido en un calabozo húmedo en la fría Bogotá y permanece en las caballerizas del Ejército en los tiempos del Estado de Sitio y el Estatuto de Seguridad reinantes en Colombia a fines de los años 70 y comienzos de los 80. 

Las circunstancias en que el personaje escribe el relato de su vida de estudiante en Rusia a petición de los agentes secretos y militares que lo investigan, hacen que la relación entre el preso y los carceleros se torne a veces cómica como en muchas obras de autores rusos o del Este europeo, inscritos en la corriente de los temas literarios del absurdo y los abusos de los poderes totalitarios inaugurada por autores como Franz Kafka en sus magistrales La metamorfosis, El castillo y El proceso y seguida hasta hoy por una pléyade de autores como Alexander Soljenitzin, Elías Canetti y Milan Kundera, entre otros.    

El relato de esa experiencia original de formación en la Unión Soviética se da pues desde un ángulo muy colombiano, en el contexto de la violencia y la represión ocurrida en el país en los tiempos de represión estatal y guerra de guerrillas. El protagonista regresa al país ya formado como un talentoso geólogo, pero se ve de manera inevitable inmerso en el conflicto.    

El libro cuenta la vida de un joven que viaja a principios de los años 70 a estudiar geología en la Unión Soviética y vive allí una rica experiencia en Moscú y en lejanas regiones inaccesibles donde pasa temporadas en montañas y campos escrutando los misterios de la tierra profunda en Crimea, Ucrania, los Urales, el Cáucaso profundo, Osetia del Norte y Chechenia. Cuando la Unión Soviética era todavía una gran potencia mundial que rivalizaba con Estados Unidos en materia económica, científica, espacial y cultural en el contexto de la guerra fría, miles de estudiantes de todos los continentes del mundo acudían becados a sus universidades, por lo que experimentaban allí una vida cosmopolita que los ponía en contacto con personas de todas las culturas.

El personaje, que ya está infectado por la literatura, viaja tan joven a Moscú, que los años de formación no solo vibran en la fascinante profesión escogida sino en los terrenos del erotismo y el amor, al contacto con las bellas muchachas rusas que solían explorar el deseo con los variados jóvenes de todas las nacionalidades que llegaban inexpertos a su hermético país desde África, Asia, América Latina y Europa.

En el calabozo Eddy García relata con alegría todas esas experiencias, en especial los tímidos encuentros amorosos, las fiestas, la amistad, los rigores del invierno y en especial la vida cotidiana y cultural rusa y el descubrimiento de la literatura local que lo acompaña en los largos meses helados y en los paseos por parques y calles. "Tenía que volver a inventar lo olvidado. Cada segundo contiene miles de ramales y el asunto de recordar consiste en irse por cada uno de esos senderos para adivinar entre tanta neblina alguna cosa sólida, alguna verdad, aunque se sienta opaca, aunque se experimente diluida de alguna forma por el tiempo", dice el narrador en uno de sus apartes, sumido en la penumbra de su celda bogotana. 

La novela de Bustamente ahonda en los destinos de personajes femeninos como Natasha T, sus dudas y pasiones, en los misterios del poder y las razones de los carceleros militares o burócratas, las ilusiones de la juventud y el oficio del recuerdo que perturba y a veces falsea lo ya vivido, pero aborda además la naturaleza desbordante de los bosques y estepas rusas con sus olorosos abedules, arces, álamos y el crepitar de las cortezas y las hojas que caen. Porque esta novela es obra de un lector apasionado, un científico profundo y un caminante solitario que ha pasado largas horas y días pensando y amando en las calles y los parques de las ciudades ajenas. Una pequeña nueva joya de la literatura colombiana actual que vale la pena leer y gozar.   

* Publicado en La Patria. Domingo 1 de julio de 2018.