Por Eduardo García Aguilar
Las escritoras fueron desdeñadas durante el auge del
llamado "boom" de la literatura latinoamericana y solo ahora en
diversos países comienza a recuperarse del ocultamiento las obras de
muchas de ellas. Cuando el club ultramachista de
la literatura latinoamericana reinaba desde Barcelona, comandado por la
gran matriarca Carmen Balcells, casi todas las mujeres que escribían y
publicaban entonces alrededor de la corte de los poderosos patriarcas
eran toleradas solo como personajes folclóricos.
A la gran novelista colombiana Alba Lucía Ángel
(1939), autora de Estaba la pájara pinta estaba sentada en un verde
limón, se le consideraba más como una cantante que amenizaba los ágapes
de sus amigos del boom, entre ellos el argentino Julio Cortázar, quien
acuñó el término de lector "hembra", o sea al que le gustan las lecturas
fáciles. Ángel, que después de vivir décadas en
Europa, regresó a Colombia, ha sido recuperada por varias universidades y
mujeres de las nuevas generaciones que encuentran en ella un modelo a
seguir. Como ella, también la indomable Fanny Buitrago (1943) es otra de
las más notables autores latinoamericanas que comienza a ser publicada
de nuevo y seguida por un atento público lector que saludó desde su
juventud su talento precoz. Entre sus obras figuran El hostigante verano
de los dioses y Los pañamanes.
Otra escritora destacable fue Helena Araújo
(1934-2015), autora de Fiesta en Teusaquillo y Las cuitas de Carlota,
donde cuestionaba el tradicional mundo bogotano y las costumbres
sociales de la élite, cuando el divorcio era casi considerado un delito.
Araújo se exilió en Suiza y a lo largo de su vida desempeñó un gran
papel como profesora y ensayista y lúcida y a veces excéntrica
participante en coloquios.
Para seguir en el campo de la narrativa colombiana
habría que destacar a la barranquillera Marvel Moreno (1939-1995),
autora de En diciembre llegaban las brisas y Algo feo en la vida de una
señora bien, quien estuvo cerca al círculo del boom, pero nunca fue
tomada en serio. Incluso décadas después de muerta tuvo que organizarse
un movimiento de mujeres que exigió la publicación de su última novela,
El tiempo de las amazonas, considerada por su familia y su ex primer
marido como una obra menor impublicable.
Otra narradora, periodista, activista literaria y
política fue la liberal Flor Romero de Nohra (1933-2018), autora de Los
triquitraques del trópico, quien pese a publicar en importantes
editoriales españolas fue desdeñada hasta el final. En pleno auge del
boom, fui testigo de ese desdén y ella, como muchas otras autoras
contemporáneas de los grandes patriarcas, parecía invisible.
Elisa Mújica (1918-2003,) autora de las novelas Catalina y
Bogotá en las nubes, fue una escritora de gran inteligencia, talento y
seriedad como ensayista e investigadora, y su obra comienza a ser de
nuevo rescatada y estudiada por las nuevas generaciones. Igual destino
tuvieron en cierta forma poetas que como Meira del Mar (1922-2009) y
Maruja Vieira (1923) tuvieron que cruzar el siglo XXI para que
suscitaran de nuevo la atención de los lectores. En ese mundo dominado
por los piedracielistas, otro club supermasculino, ellas solo fueron
toleradas y tal vez tratadas con cortesía, pero en medio del desdén.
Me he referido solo a algunas autoras colombianas ocultas del siglo XX.
Lo mismo ocurrió en otros países del continente, donde como en México
el reino de los grandes patriarcas fue total, con figuras como Octavio
Paz, Carlos Fuentes y otros que vívían la literatura como una
competencia implacable. En
ese país se ha venido revalorizando la obra de la gran narradora Elena
Garro (1916-1998), ex esposa de Paz, que fue condenada al olvido y murió
en el ostracismo y la pobreza meses después del fallecimiento del
Premio Nobel autor del Laberinto de la soledad.
La gran novela de Garro, los Recuerdos del porvenir,
publicada en 1963 y ganadora del Premio Villaurrutia, es una obra
notable del realismo mágico de antes de la aparición de Cien años de
soledad, pero no tuvo sitio en ese estricto canon patriarcal. Junto a la
de Garro, se rescatan ahora las obras de Rosario Castellanos
(1925-1974), Inés Arrendondo (1928-1989) y Amparo Dávila (1929-2020),
entre otras.
Muchas sorpresas saldrían si se hiciera el mismo
rastreo de la literatura escrita por mujeres en otros países
latinoamericanos en el siglo pasado y ojalá esa tarea sea apoyada por
las universidades, instituciones culturales y editoriales para que por
fin podamos decir adiós a la era dominada por el universo de Macondo,
comandado por Aureliano y Jose Arcadio Buendía y los personajes
emblemáticos de El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una
muerte anunciada y Memoria de mis putras tristes.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 18 de septiembre de 2022.
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