Por Eduardo García Aguilar
Es probable que una de las novelas totales más importantes de la literatura colombiana del último medio siglo sea « Los días en blanco » de Hugo Ruiz (1941-2007), el narrador tolimense que pasó toda la vida escribiendo y reescribiendo una obra que, para los tiempos frívolos, comerciales y escandalosos que corren, es una total desmesura.
El caso es aún más notable cuanto la obra del tolimense Ruiz, cuya ambición y calidad la colocan al lado de « Celia se pude » de Héctor Rojas Herazo, « La tejedora de coronas » de Germán Espinosa o « La Ceiba de la memoria » de Roberto Burgos Cantor, permanece inédita todavía en manos de sus familiares, aunque es probable que pronto sea editada para fortuna de la maltrecha literatura colombiana de hoy.
Hugo Ruiz es otro de los grandes representantes de una excepcional generación maldita o perdida de intelectuales nacidos en los años 40 del pasado siglo, quienes, aplastados por el súbito éxito mundial del boom quedaron a la vera del camino en una soledad total, pues sus ambiciones literarias, pasión total por la lectura y el saber, espíritu erudito y perfeccionismo experimental ya no embonaban con la velocidad y amenidad requeridas por la novela comercial considerada sólo simple episodio del entrenimiento o vacuo ensayo previo de telenovela o película.
Estos autores eruditos admiradores de Thomas Mann y Herman Broch que leyeron todas las literaturas y filosofías posibles del orbe, frecuentaron a comienzos de los años 60 en la capital el legendario café El Cisne, eran asiduos de la librería Buchholz y en muchos casos vivieron una desaforada bohemia etílica, que en algunos casos los malogró.
Esta generación de Hugo Ruiz, crecida en pleno auge de la primera violencia que auguraba el « Bogotazo » y la matanza posterior, escucharon en voz de sus abuelos los relatos de las viejas guerras como la de los « Mil días » y vivieron en carne propia las remanecias de un mundo arcaico decimonónico, herido por batallas y genocidios sucesivos permanentes perpetrados en aras de ideologías o despojos.
A ellos les correspondió abrir definitivamente las ventanas de la modernidad espiritual de post guerra, al recibir en la adolescencia la influencia de las nuevas ideas en boga en el mundo occidental y los drásticos cambios culturales surgidos tras medio siglo de conflagraciones mundiales.
Para Ruiz y su generación --en la que se destacan Nicolás Suescún, Darío Ruiz, Héctor Sánchez, Helena Araújo, Policarpo Varón, Fanny Buitrago, Fernando Cruz Kronfly, Gustavo Alvarez Gardeazábal, Rafael Humberto Moreno Durán, Oscar Collazos, Carlos Perozzo, Armando Romero, Rodrigo Parra Sandoval, y muchos otros que se deben estudiar y explorar-, la literatura era asunto serio, vocación totalizadora y además de su ejercicio estaban al tanto de los aconteceres mundiales y el debate intelectual subsecuente.
Hugo Ruiz, además, como su congénere uruguayo Juan Carlos Onetti, trabajó desde muy temprano en una agencia internacional de noticias, a donde llegó muy joven cuando era conocido por sus publicaciones en el Magazín de El Espectador, el Boletín Bibliográfico y la revista Eco y era considerado como una de las más solidas promesas de la literatura colombiana.
Hermano vital de Malcolm Lowry, el autor de su admirado « Bajo el volcán », que es uno de los modelos reconocidos para su obra única, Hugo Ruiz vivió una vida conflictiva marcada por la inestabilidad y el alcohol, la enfermedades y los avatares políticos y sociales del país y todo eso lo transmuta en un libro río que recupera la vieja historia patria de las guerras antiguas de Uribe Uribe y Tulio Varón y la sordidez y efervescencia de la vida sexual, burdelesca, amorosa, períodistica de la Bogotá de los anos 60 y 70.
El personaje Carlos, agenciero, escritor frustrado, mujeriego y alcohólico inveterado como él, nos narra 70 años de la vida del país por medio de técnicas novelísticas modernas, con monólogos interiores, precisión estructural, minucioso trabajo prosístico y cincelado producto de casi una decena de versiones sucesivas.
Aparece la vida de sus ancestros, la decadencia familiar y sexual, la vida de su generación, los antros sórdidos, los medios de prensa, cafés y bares, oficinas oscuras y deprimentes de Bogotá en el barrio de los ministerios, hoteluchos y vericuetos musicales y etílicos de una capital que muchos autores de su generación quisieron narrar.
Tengo la fortuna de leer este manuscrito notable y deleitarme con su prosa llena de entresijos y recovecos, heredera de las grandes sagas personales como las de Proust o Lowry o históricas como las de Tolstoi y Mann, sin olvidar a Joyce y otros autores de la primera mitad del siglo XX que pretendieron revolucionar y refundar la novela contemporánea.
Es una lectura deliciosa para quienes lo conocimos en vida y lo vemos ganar la pelea póstuma de las letras y somos aún de los escasísimos lectores de novela total, género que en estos tiempos de rapidez parece excesivo, desmesurado, utópico, demencial. Muchas personas creyeron que la mítica novela única que escribía en su vida Hugo Ruiz era solo un acto mitómano de un gran intelectual fracasado o los frutos del delirium tremens.
El manuscrito tuvo diversos nombres a los largo de las décadas y muchos pensaron que eran solo sueños de un genial bohemio, pero al final « Los días en blanco » sí existe y es uno de los libros secretos más sorprendentes de la literatura colombiana, que será publicado con carácter póstumo gracias a las gestiones incesantes de su hermano y algunos amigos fieles.
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