samedi 9 juillet 2022

LOS SUEÑOS DE PATRICIA ARIZA


Por Eduardo García Aguilar

Cuando terminaba el bachillerato en el Colegio Gemelli de Manizales, en el bus de ida o de regreso al bello mirador de La Francia, especialmente en las tardes soleadas, solíamos cantar todos en coro la canción Una flor para mascar del nadaísta Pablus Gallinazus, que estaba entonces de moda y se escuchaba en las radios. Frente a la inmensidad de los valles del Cauca y las altas montañas de la Cordillera occidental, uno de los paisajes más hermosos del mundo, resonaban las palabras de esa bella canción.

Por esas fechas el artista y poeta también nadaísta Mario Escobar Ortiz, quien abría con generosidad las puertas a esa juventud que soñaba, me invitó a La Patria el día que Gallinazus vino a visitar el periódico y me dio mucha alegría ver al cantante y poeta con su boina, acompañado de una muchacha, recorriendo las instalaciones y viendo las máquinas offset recién importadas que producían milagros editoriales y hacían posible todo tipo de sueños como en una película magistral de Orson Wells.

Nunca imaginé que mucho tiempo después otra nadaísta amiga de Pablus Gallinazus llegaría también por milagro al ministerio de Cultura de Colombia en medio de una magnífica y bienvenida ola de cambio de época que hasta hace poco parecía impensable y solo parecía utopía.

En el excelente documental Patricia Ariza: una vida polifónica, producido por la Plataforma solidaria Confiar, podemos acercarnos a la trayectoria increíble de esta fuerte mujer que ha dado la vida al arte y a los demás. Con ella recorremos los escenarios y las turbulencias de la historia contemporánea de Colombia, así como las calles históricas del centro de Bogotá, donde contra viento y marea ha generado arte y sueños para varias generaciones por amor a la vida.

Ariza es una mujer de temple que desde muy temprano hizo parte del movimiento nadaísta al lado de mujeres y hombres jóvenes que irrigaron en aquellos años el país con refrescantes vientos culturales. Después, al lado del gran dramaturgo Santiago García y tras concluir sus estudios de arte en la Universidad Nacional, emprendió una larguísima carrera en los escenarios que la llevó a ser cofundadora del famoso teatro La Candelaria, orgullo para el país a nivel internacional y que ha montado algunas de las obras teatrales más emblemáticas de la historia del país y América Latina.

Contra viento y marea, luchando por sobrevivir, trabajando sin recursos y con las uñas, enfrentando las amenazas del exterminio, actuando muchas veces con chalecos antibala en el escenario, cuando artistas, pensadores y poetas eran exterminados uno tras otro por las fuerzas oscuras de Colombia, la poeta Patricia Ariza ha llevado en alto la antorcha de la libertad con un trabajo colectivo que ha reivindicado sin cesar los derechos de mujeres, minorías, artistas, marginados, fantasmas, nadies, excluidos por un Apartheid tan atroz como el que reinó en Sudáfrica y Estados Unidos.

Patricia Ariza es una sobreviviente que después de tantas décadas asume con alegría una misión que nunca buscó ni esperaba, porque de hecho ellla la ha practicado desde siempre en su vida. Ya antes era la ministra real del escenario, la fiesta, la música, la poesía, la palabra, la alegría, el carnaval, la danza, el color, el calor incandescente del corazón que da abrazos a quienes sufren en silencio la marginación y el olvido y buscan florecer desde la oscuridad y el fango.

En una de las primeras entrevistas televisivas que ofreció a Yamid Amat tras su designación, esta poeta elocuente, clara, serena, mientras deletreaba las palabras de esa bella canción Una flor para mascar, dejó en claro que el suyo será un trabajo colectivo para que hasta en los más alejados pueblos, rincones y regiones, allí donde están los campesinos que siembran, los afrodescendientes que pescan, los indígenas que danzan, los llaneros que cabalgan, los pobres que se regocijan con el sol y la lluvia, las madres coraje del país, se reconozca al fin la fiesta y el arte de los autóctonos y reine el color y la poesía allí donde antes se enseñorearon la muerte, el olvido, la guerra y el odio.

Será un trabajo muy difícil, con muchos escollos, pero vale la pena emprenderlo. Las nuevas generaciones que votaron por el cambio pueden continuar esa tarea en las futuras décadas. No hay en el proyecto cultural de Ariza ningún rencor sino un deseo de mirar al futuro y hacer que quienes aun estén lastrados por el deseo de la guerra descubran los vientos de un cambio que venía fraguándose desde abajo y que ahora despunta en el horizonte como una ola gigante y amorosa.

La cultura es fiesta, mito, leyenda y Colombia, país de mil facetas y paisajes, debe empezar a bailar y tocar la flauta, a disfrazarse y a reir sobre las cenizas del pasado. La utopía se ha hecho realidad y está ahora al alcance de las manos, los ojos y los corazones mientras suenan las palabras de Una flor para mascar.   







 
 

samedi 2 juillet 2022

LA PASIÓN POÉTICA DE HERMANN LEMA


Por Eduardo García Aguilar

Con obra breve, ceñida y cincelada con sangre y palpitaciones a través de las décadas, el poeta Hermann Lema (1936-2011) es una de las voces más notables de su generación en Colombia y poco a poco sus poemas adquieren el rango secreto que merecen, combatiendo con ellos el tiempo y el olvido. Con siete poemarios y una antología publicada en 2002, bajo el título de Poema del instante final y otros poemas, el poeta nacido en Anserma y fallecido en Bogotá, deja un rastro sólido de su paso por el mundo como un testimonio de pasión por la vida, la existencia en medio del milagro del cosmos y el deseo desbordado de la carne.

Abogado de la Universidad Nacional y graduado en estudios diplomáticos en Montevideo, Lema se desempeñó como funcionario internacional en la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en Uruguay y del pacto Andino en Lima, antes de regresar a trabajar en Bogotá instituciones y ministerios, como el del Interior, de cuya biblioteca fue encargado. Como todo bibliófilo y hombre de letras auténtico, Lema transcurrió a lo largo del convulso siglo de su país y el continente y alcanzó a llegar a la primera década del siglo XXI, indagando sobre el destino del ser humano en tiempos de guerra y violencia, también caracterizados por cambios tecnológicos que ratifican la inmensa soledad del individuo, una de sus principales preocupaciones.

Los poetas colombianos de su generación ejercieron con pasión la poesía contra viento y marea en un país oscuro, a sabiendas de que es una actividad de catacumbas, tal y como ocurrió con sus mayores Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Meira del Mar, y más recientes como Mario Rivero, Raúl Gómez Jattin y tantos otros, y entre sus paisanos caldenses figuras como Maruja Vieira, Dominga Palacios, Fernando Mejía Mejía, Javier Arias Ramírez, Beatriz Zuluaga y Rodrigo Acevedo González.   

A falta de biografías o largos estudios sobre su obra, podemos acercarnos a su vida a través de testimonios parciales de amigos cercanos como Augusto León Restrepo y Octavio Hernández, gracias a los cuales sabemos de sus últimos días en su apartamento y biblioteca de Bogotá, su enfermedad crepuscular, los cuidados de su hermana y más tarde la despedida final hacia el hospital, lejos de su biblioteca, de donde no regresaría. Sabemos que sus cenizas reposan en su pueblo natal, uno de los más antiguos de Colombia en las montañas andinas de Caldas.

Al leer su obra recibimos el impacto de su verdad existencial. Cada una de su piezas sacude al lector porque están escritas desde el fondo con una delicadeza humana que nos lleva a vibrar con él la furia del deseo y la posesión de los cuerpos, así como el milagro del encuentro y el dolor de la ausencia. Cada uno de sus poemas es una huella digital y está escrito como si fuera el último. Todos sus poemas son de gran calidad formal, gracias a sus lecturas de clásicos castellanos y de poetas modernos como el griego Constantin Cavafis y el italiano Cesare Pavese, entre otros. Una parte de su obra está anclada en la poesía clásica castellana y otra cruza hacia la modernidad, con atmósferas que nos recuerdan la pintura del norteamericano Edward Hopper, testimonio de la soledad urbana contemporánea.

En esa parte contemporánea, urbana, erótica, ingresamos a los espacios del encuentro corporal, habitaciones de hoteles, cuartos de apartamentos, lechos, el calor de las sábanas, objetos como sillas o vasos de agua colocados sobre la superficie escueta de una mesa o incluso un saco, una camisa o un zapato. En un restaurante, Esta tarde, Un día nos encontraremos, Gracias hasta siempre corazón, Enigma para tu recuerdo, son algunos de esos notables poemas cotidianos. León Zuleta destaca en su obra "la espera interior, el amor imposible pero urgido, la unción sacrificial, la angustia del hombre cotidiano" y Jaime Mejía Duque piensa que su poesía maldita de "pátina cuasibaudeleriana" no se despeña en el "anacronismo" gracias a su "ironía muy actual".

Y aunque tuvo muchos amigos y lectores, poco sabemos de la juventud y la vida de Lema en aquellas capitales latinoamericanas, por lo que sería enriquecedor rescatar fotografías familiares y cartas escritas para la elaboración de un hipotético número monográfico que otorgue más densidad a su periplo vital, del cual solo conocemos algunas escasas imágenes crepusculares y un dibujo al carboncillo de Pedro Vargas. Su poesía es tan humana que a través de ella lo conocemos de manera abstracta, pero sería marvilloso poder acercarnos más a él a través de su periplo vital, laboral y viajero. Cada día que pasa Hermann Lema está más vivo que nunca. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de julio de 2022.