Por Eduardo García Aguilar
Con obra breve, ceñida y cincelada con sangre y
palpitaciones a través de las décadas, el poeta Hermann Lema (1936-2011)
es una de las voces más notables de su generación en Colombia y poco a
poco sus poemas adquieren el rango secreto que merecen, combatiendo con
ellos el tiempo y el olvido. Con siete poemarios y una antología
publicada en 2002, bajo el título de Poema del instante final y otros
poemas, el poeta nacido en Anserma y fallecido en Bogotá, deja un rastro
sólido de su paso por el mundo como un testimonio de pasión por la
vida, la existencia en medio del milagro del cosmos y el deseo
desbordado de la carne.
Abogado de la Universidad Nacional y graduado en
estudios diplomáticos en Montevideo, Lema se desempeñó como funcionario
internacional en la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC)
en Uruguay y del pacto Andino en Lima, antes de regresar a trabajar en
Bogotá instituciones y ministerios, como el del Interior, de cuya
biblioteca fue encargado. Como todo bibliófilo y hombre de letras
auténtico, Lema transcurrió a lo largo del convulso siglo de su país y
el continente y alcanzó a llegar a la primera década del siglo XXI,
indagando sobre el destino del ser humano en tiempos de guerra y
violencia, también caracterizados por cambios tecnológicos que ratifican
la inmensa soledad del individuo, una de sus principales
preocupaciones.
Los poetas colombianos de su generación ejercieron
con pasión la poesía contra viento y marea en un país oscuro, a
sabiendas de que es una actividad de catacumbas, tal y como ocurrió con
sus mayores Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo,
Meira del Mar, y más recientes como Mario Rivero, Raúl Gómez Jattin y
tantos otros, y entre sus paisanos caldenses figuras como Maruja Vieira,
Dominga Palacios, Fernando Mejía Mejía, Javier Arias Ramírez, Beatriz
Zuluaga y Rodrigo Acevedo González.
A falta de biografías o largos estudios sobre su
obra, podemos acercarnos a su vida a través de testimonios parciales de
amigos cercanos como Augusto León Restrepo y Octavio Hernández, gracias a
los cuales sabemos de sus últimos días en su apartamento y biblioteca
de Bogotá, su enfermedad crepuscular, los cuidados de su hermana y más
tarde la despedida final hacia el hospital, lejos de su biblioteca, de
donde no regresaría. Sabemos que sus cenizas reposan en su pueblo natal,
uno de los más antiguos de Colombia en las montañas andinas de Caldas.
Al leer su obra recibimos el impacto de su verdad
existencial. Cada una de su piezas sacude al lector porque están
escritas desde el fondo con una delicadeza humana que nos lleva a vibrar
con él la furia del deseo y la posesión de los cuerpos, así como el
milagro del encuentro y el dolor de la ausencia. Cada uno de sus poemas
es una huella digital y está escrito como si fuera el último. Todos sus
poemas son de gran calidad formal, gracias a sus lecturas de clásicos
castellanos y de poetas modernos como el griego Constantin Cavafis y el
italiano Cesare Pavese, entre otros. Una parte de su obra está anclada
en la poesía clásica castellana y otra cruza hacia la modernidad, con
atmósferas que nos recuerdan la pintura del norteamericano Edward
Hopper, testimonio de la soledad urbana contemporánea.
En esa parte contemporánea, urbana, erótica,
ingresamos a los espacios del encuentro corporal, habitaciones de
hoteles, cuartos de apartamentos, lechos, el calor de las sábanas,
objetos como sillas o vasos de agua colocados sobre la superficie
escueta de una mesa o incluso un saco, una camisa o un zapato. En un
restaurante, Esta tarde, Un día nos encontraremos, Gracias hasta siempre
corazón, Enigma para tu recuerdo, son algunos de esos notables poemas
cotidianos. León Zuleta destaca en su obra "la espera interior, el amor
imposible pero urgido, la unción sacrificial, la angustia del hombre
cotidiano" y Jaime Mejía Duque piensa que su poesía maldita de "pátina
cuasibaudeleriana" no se despeña en el "anacronismo" gracias a su
"ironía muy actual".
Y aunque tuvo muchos amigos y lectores, poco sabemos
de la juventud y la vida de Lema en aquellas capitales
latinoamericanas, por lo que sería enriquecedor rescatar fotografías
familiares y cartas escritas para la elaboración de un hipotético número
monográfico que otorgue más densidad a su periplo vital, del cual solo
conocemos algunas escasas imágenes crepusculares y un dibujo al
carboncillo de Pedro Vargas. Su poesía es tan humana que a través de
ella lo conocemos de manera abstracta, pero sería marvilloso poder
acercarnos más a él a través de su periplo vital, laboral y viajero.
Cada día que pasa Hermann Lema está más vivo que nunca.
-----
Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de julio de 2022.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire