samedi 2 juillet 2022

LA PASIÓN POÉTICA DE HERMANN LEMA


Por Eduardo García Aguilar

Con obra breve, ceñida y cincelada con sangre y palpitaciones a través de las décadas, el poeta Hermann Lema (1936-2011) es una de las voces más notables de su generación en Colombia y poco a poco sus poemas adquieren el rango secreto que merecen, combatiendo con ellos el tiempo y el olvido. Con siete poemarios y una antología publicada en 2002, bajo el título de Poema del instante final y otros poemas, el poeta nacido en Anserma y fallecido en Bogotá, deja un rastro sólido de su paso por el mundo como un testimonio de pasión por la vida, la existencia en medio del milagro del cosmos y el deseo desbordado de la carne.

Abogado de la Universidad Nacional y graduado en estudios diplomáticos en Montevideo, Lema se desempeñó como funcionario internacional en la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en Uruguay y del pacto Andino en Lima, antes de regresar a trabajar en Bogotá instituciones y ministerios, como el del Interior, de cuya biblioteca fue encargado. Como todo bibliófilo y hombre de letras auténtico, Lema transcurrió a lo largo del convulso siglo de su país y el continente y alcanzó a llegar a la primera década del siglo XXI, indagando sobre el destino del ser humano en tiempos de guerra y violencia, también caracterizados por cambios tecnológicos que ratifican la inmensa soledad del individuo, una de sus principales preocupaciones.

Los poetas colombianos de su generación ejercieron con pasión la poesía contra viento y marea en un país oscuro, a sabiendas de que es una actividad de catacumbas, tal y como ocurrió con sus mayores Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Meira del Mar, y más recientes como Mario Rivero, Raúl Gómez Jattin y tantos otros, y entre sus paisanos caldenses figuras como Maruja Vieira, Dominga Palacios, Fernando Mejía Mejía, Javier Arias Ramírez, Beatriz Zuluaga y Rodrigo Acevedo González.   

A falta de biografías o largos estudios sobre su obra, podemos acercarnos a su vida a través de testimonios parciales de amigos cercanos como Augusto León Restrepo y Octavio Hernández, gracias a los cuales sabemos de sus últimos días en su apartamento y biblioteca de Bogotá, su enfermedad crepuscular, los cuidados de su hermana y más tarde la despedida final hacia el hospital, lejos de su biblioteca, de donde no regresaría. Sabemos que sus cenizas reposan en su pueblo natal, uno de los más antiguos de Colombia en las montañas andinas de Caldas.

Al leer su obra recibimos el impacto de su verdad existencial. Cada una de su piezas sacude al lector porque están escritas desde el fondo con una delicadeza humana que nos lleva a vibrar con él la furia del deseo y la posesión de los cuerpos, así como el milagro del encuentro y el dolor de la ausencia. Cada uno de sus poemas es una huella digital y está escrito como si fuera el último. Todos sus poemas son de gran calidad formal, gracias a sus lecturas de clásicos castellanos y de poetas modernos como el griego Constantin Cavafis y el italiano Cesare Pavese, entre otros. Una parte de su obra está anclada en la poesía clásica castellana y otra cruza hacia la modernidad, con atmósferas que nos recuerdan la pintura del norteamericano Edward Hopper, testimonio de la soledad urbana contemporánea.

En esa parte contemporánea, urbana, erótica, ingresamos a los espacios del encuentro corporal, habitaciones de hoteles, cuartos de apartamentos, lechos, el calor de las sábanas, objetos como sillas o vasos de agua colocados sobre la superficie escueta de una mesa o incluso un saco, una camisa o un zapato. En un restaurante, Esta tarde, Un día nos encontraremos, Gracias hasta siempre corazón, Enigma para tu recuerdo, son algunos de esos notables poemas cotidianos. León Zuleta destaca en su obra "la espera interior, el amor imposible pero urgido, la unción sacrificial, la angustia del hombre cotidiano" y Jaime Mejía Duque piensa que su poesía maldita de "pátina cuasibaudeleriana" no se despeña en el "anacronismo" gracias a su "ironía muy actual".

Y aunque tuvo muchos amigos y lectores, poco sabemos de la juventud y la vida de Lema en aquellas capitales latinoamericanas, por lo que sería enriquecedor rescatar fotografías familiares y cartas escritas para la elaboración de un hipotético número monográfico que otorgue más densidad a su periplo vital, del cual solo conocemos algunas escasas imágenes crepusculares y un dibujo al carboncillo de Pedro Vargas. Su poesía es tan humana que a través de ella lo conocemos de manera abstracta, pero sería marvilloso poder acercarnos más a él a través de su periplo vital, laboral y viajero. Cada día que pasa Hermann Lema está más vivo que nunca. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de julio de 2022.

 

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