En la novela Manizalados Fernando Jiménez cuenta la vida de un joven que a la edad de Cristo regresa fracasado a Manizales con una depresión alcohólica y los sueños rotos para ingresar al manicomio de San Cancio, donde en un mes vivirá en una sucesión infernal las dos tragedias mayores vividas por el país en noviembre de 1985 y además buscará esclarecer con un psiquiatra, que es sacerdote, y con una teurapeuta sexy las vicisitudes de su vida en una ezquizofrénica época de conflictos donde las mentes luchaban entre sacrificarse por la lucha revolucionaria o dedicarse a los mandatos del deseo.
En un muy efectivo encadenamiento de acontecimientos, el protagonista, un muchacho de clase media crecido en una familia tradicional y conservadora marcada por la impronta castrante de la madre, revisa su participación en una histórica huelga en la fábrica de texiles Unica que se enfrentó al poder y fracasó, razón por la cual huye hacia Bogotá para ocultarse durante una década encabalgada entre los años 70 y 80 dedicado a la rumba y el vicio en los legendarios sitios de baile La Teja Corrida y El Goce Pagano, donde se hunde en el alcoholismo, la droga y el fracaso de su generación perdida.
Miguel de Cervantes Zuluaga quería ser escritor cuando adolescente y tenía el talento para ello, pero jugó su corazón al azar y se lo ganó la revolución, que estaba de moda entre las juventudes de la época, atraída por las diferentes sectas izquierdistas de todo pelambre, prosoviéticas, maoístas, trotskistas, albanesas, norcoreanas, guevaristas y castristas que reclutaban a jóvenes pobres u obreros o a clademedieros y niños bien para su causa, involucrándolos como carne de cañón en peligrosas aventuras armadas o en delitos que recibían los peores castigos desde la cárcel y la tortura hasta la desaparición.
De esa generación malograda en Colombia muchos fueron abatidos en combate o fusilados por sus propios compañeros de la guerrilla, otros se suicidaron o enloquecieron, y los que sobrevivieron por milagro tuvieron destinos diversos como entrar al redil siguiendo las leyes del sistema o sumirse en el vicio, la vagancia o la delincuencia.
Zuluaga se hunde, pero en el manicomio a donde lo lleva su autoritaria madre de la mano no solo descubre el misterio de la muerte del líder de la trágica huelga en la que se vio inmiscuido una década antes, sino que reencuentra poco a poco su vocación literaria, que se alterna con el delirio, porque literatura, arte y delirio van siempre de la mano. Muchas veces la demencia es conjurada por la válvula de escape de la creación, ya sea en los escenarios, como ha sido el caso de Fernando Jiménez, también conocido en las tablas como El Flaco Jiménez, o en las artes plásticas, la música o la escritura.
El protagonista tiene como contrapunto narrativo a un amigo de adolescencia, Eduardo, otro muchacho de la ciudad que escapó al destino trágico de su generación y se fue aun imberbe a vivir a París, donde se dedica a la literatura y a estudiar y desde donde incita a su amigo a olvidarse de la quimérica revolución imposible "que es un remedio peor que el mal" y a dedicarse al arte y a la vida, por medio de cartas, sarcásticos mensajes esporádicos y llamadas telefónicas donde lo cuestiona desde el otro lado del océano y lo invita a seguir sus pasos.
La estructura de la novela gira en torno al internamiento psiquiátrico del protagonista y en ese mes trágico para él y su país, hay referencias a la toma del Palacio de Justicia por el M-19 y la apocalíptica explosión del volcán del Ruiz que condujo a la destrucción de Armero con saldo de decenas de miles de muertos arrastrados y sepultados por el barro. También se cuentan los dramas de la juventud de la época atraída por los sueños revolucionarios y los deseos de cambio en un país injusto, cuyas taras llegan a su culmen en la sociedad de Manizales donde nace Miguel. Los fantasmas del pasado chocan con las rupturas explosivas de la época del rock, la droga y la libertad sexual que dinamitan de manera violenta las tradiciones y las inercias que parecían inamovibles desde los tiempos de la Colonia hispana.
El líder Bernardo, que tiene los contactos con la lejana subversión, su novia Cristina, obreros y sindicalistas turbios como Patiño, militares como Camacho, la madre, el padre y el clero omnipresente, las familias de los huelguistas y los amigos generacionales son personajes de esta obra urbana escrita con energía, lucidez y mucho sentido del humor, que describe desde distintos ángulos a la ciudad y a su gente. El morro de san Cancio y su manicomio, Chipre, la Plaza de Bolívar y su gigantesca Catedral Primada, los barrios periféricos como Cervantes y La Avanzada, las cumbres nevadas y la vegetación desbordante, los antros de vicio, desfilan en esta acelerada película de Manizales.
La novela también está irrigada por las pulsiones y contradicciones sexuales del protagonista y es una antena que capta los sucesos culturales de la época a través de ideologías, fanatismos, músicas, reflexiones psicoanalíticas y sociopolíticas, incursiones sexuales que desde afuera disuelven la autoritaria tradición conservadora de la ciudad y la transforman para siempre. Miguel al fin se reconcilia con la vida y descubre que no puede solucionar los problemas del mundo y recupera su máquina de escribir para plasmar la novela deseada y resolver los enigmas del pasado.
Esta novela no solo enriquece a la literatura colombiana de su generación, a la que pertenecen Andrés Caicedo, Sonia Truque, Eugenia Sánchez Nieto, Evelio Rosero y William Ospina, entre otros, sino que a la vez constituye un nuevo aporte a la literatura inspirada por la muy reciente ciudad de Manizales y su corto siglo y medio de historia. En 227 páginas cerradas y explosivas, Fernando Jiménez ratifica su talento y nos hace desternillar de risa en cada uno de sus episodios.
Así como García Márquez construyó su obra en la cantera de su pueblo nativo Aracataca, Fernando Jiménez hunde sus manos en el barro de su ciudad natal, Manizales, situada junto a los volcanes, para exorcizarla, cuestionarla y hacerla vivir en la ficción. Por eso Manizalados es una novela inteligente, ágil, veloz, muy bien escrita, que confirma la gran pericia de un autor que ya antes se ha destacado por décadas como humorista y por ser uno de los mejores contadores de cuentos de Colombia.