lundi 28 décembre 2020

LOS PALIMPSESTOS DE NORBERTO CUESTA


Por Eduardo García Aguilar

Norberto Cuesta, quien acaba de publicar en Hoyos editores Dingolondangos, siempre ha estado habitado por la poesía desde los tiempos en que sentados ambos codo a codo en clase por los azares del alfabeto, traficábamos cientos de poemas de forma clandestina pasándolos tras escribirlos debajo del pupitre, lejos de la vigilancia de los profesores. A veces eran depositados como mensajes de un secta secreta sobre fatigadas superficies, dejados en el cancel de una puerta, enviados al cielo con una paloma mensajera imaginaria o lanzados al aire en una tarde de ventisca cuando coloridos cometas y globos se volvían barcos ebrios.
La poesía era así la forma más vasta de respirar en los viejos salones de un exconvento de monjas adaptado en colegio de bachillerato, cerca de la Iglesia de los Agustinos y las empinadas calles de la ciudad antigua que habían sobrevivido a los incendios que la devastaron a comienzos del siglo XX. Todo entonces era “muy antiguo y muy moderno”, como diría el gran Rubén Darío, pero el futuro se desbordaba ya con creces y aspiraba con sus energías centrífugas y centrípetas los cimientos de donde veníamos.   
El maestro Filemón Valencia, quien sería después colega de Norberto Cuesta en el Instituto Universitario, nos abría las páginas de la revista Faro para publicar nuestros primeros textos, ya fueran poemas o ensayos o reseñas de libros. Además nos incitaba a profundizar en la poesía castellana del Siglo de Oro, la de Garcilaso, Góngora, Villamediana y Quevedo, para que la cotejáramos con la nueva lírica española de la primera mitad del siglo XX, contemporánea de Federico García Lorca, las vanguardias y los surrealistas.
En nuestras manos depositó él la obra poética del Nobel Juan Ramón Jiménez, publicada en preciosos volúmenes de papel de seda, empastados en cuero bruñido, y la de poetas posteriores como Vicente Aleixandre y Pedro Salinas, contemporáneos que sobrevivieron a las guerras y el tiempo y cuya poesía nutre la obra alerta, ìntima, serena y a veces cósmica de Cuesta. En sus poemas hay una permanente posibilidad de hallazgo metafórico, una predicción del cosmos y una alquimia inusitada para conectar el aquí de lo cotidiano con el más allá insondable. 
Norberto Cuesta tiene la mirada alerta del águila que ve todo lo que sucede a su alrededor, la flor súbita, el agua que fluye en la roca, el musgo adosado al árbol, el venado que huye, el zumbido de un insecto entre enredaderas, el llanto de un niño, la melodía que sale de un bar, la lágrima de quien se despide para siempre o ama hasta agotar las mariposas. La de Cuesta es una mirada de poeta que es mucho más alerta vital ante la deriva de la galaxia que premonición de tempestades en la humedad de los trópicos.
La energía de la obra poética de Cuesta está impulsada por la conjuración del olvido, pues “el tiempo no es más que una espiral de memorias que giran en torbellinos infinitos”. Por eso, al leer estos textos viajamos por un vertiginoso túnel del tiempo con imágenes firmes y volátiles de amigos soñadores como el matemático Goar que sueña con las ruinas de Palmira o llora “ante el vuelo de las garzas de regreso a las cinco de la tarde”. También es un periplo que lleva a la eclosión de una flor antes de marchitarse, o a la evocación de ancestros, hermanos, amigos, recién nacidos o cuerpos amados y deseados que estremecen y dan vida a las palabras.
“Apenas voy a disfrutar de un antier que no ha llegado”, señala Cuesta, y por eso añade que “soy un pretérito mal conjugado que se quedó en atardeceres remotos y en unos ojos verdes, estancado”. De ese elíxir lejano de los tiempos extrae el temple febril de sus poemas. “Me he pasado calculando tantas estrellas en mis noches”, dice para referirse a todos esos instantes en que ha indagado por el tiempo mirando hacia la inmensidad del cosmos, porque para la voz que habla en sus poemas todo es memoria y solo hay olvido en la muerte.  
Como la hermosa serpiente que va “reptando por este desierto de la vida, comiendo arena con los ojos”, el poeta recorre un universo propio que viene a ser solo otra dimensión del infinito. Son palabras convocadas para decirlo todo antes de que el futuro devore lo circundante, borrando las huellas para que no sea “la hormiga que extravió el camino y dejó su carga en el lugar errado”.
En cada poema Cuesta quiebra los espejos de lo vivido como el demiurgo que salva a los cautivos. La suya es una poesía existencial que escruta en las cavernas del olvido, allí donde los humanos plasmaron los cinco dedos de las manos contra las rocas gritando para nada y para nadie, pues “lo que dimos, lo que amamos, lo que edificamos” se volverán solo “palimpsestos de otros caminantes” que vendrán a poblar los espacios abandonados.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 27 de diciembre de 2020.

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