POR CARLOS FRANCISCO ELÍASIn Memoriam: Teresa Velo, alumna del Centro de Capacitación Cinematográfica, Distrito Federal, México. Clase 80 – 81.
SECUENCIA PRIMERA: DISTRITO FEDERAL, MEXICO, EXTERIOR REVENTON…
En
los años que el Distrito Federal dicen era habitable, dicen los
nostálgicos de México en los años 80, cuando la mugre y el humo de
ciudad se hacía todo una pasta que se alojaba dulcemente en los hoyuelos
de nariz limpia de todo polvo maligno y resacón, había una escuela de
cine situada entre General Anaya y Río Nazas, bambúes erguidos y todo
eso, era el CCC (para los alumnos más nihilistas, la primera C era de
dónde la espalda pierde su anatómico nombre, la segunda de Cara por lo
costosa y la tercera C era la primera letra del diccionario mexicano
popular por excelencia Chingue su madre Guey)…
La descripción
anterior podría ayudarnos a detectar la mezcla de alumnos y alumnas que
esa escuela de cine tenía, siendo en su tiempo la más sofisticada y
pequeño burguesa de todo México.
Allí en el Centro de Capacitación
Cinematográfica, allí mismo en el bullicio de Qué hondón Ramón, en la
fuerza de la rebeldía de la inteligencia y la sed de saber, allí,
repito, donde el cielo tenía que pedirle permiso al ollín, para dar un
poco de azul, estaba con todos nosotros Eduardo García Aguilar,
colombiano nacido en Manizales, que hacia esos tiempos ya había estado
en París y habíamos coincidido en México iniciando aquella década en que
Peggy Sue, o Kathleen Turner, llenaba las pantallas con gringas y
bellas pantorrillas de rosi, rosi sin bom bá, y el resto era una sonrisa
de muchacha a lo Fitzgerald, sanota y de ojos grandes como la tierra,
Peggy Sue se quería casar…
Eduardo García escribía en el
Excelsior, tenía una de esas columnas matutinas cada dos días, que en
América Latina suelen alegrar la mañana, porque a decir del resto de las
noticias, como siempre, eran tragedias diarias ya imaginadas en las
calles entre tacos callejeros y voces infantiles al sonsonete de señor
deme para mi camión, que no era otra cosa que eso que nosotros llamamos
la guagua, que en ese rico laberinto de la lengua latinoamericana, para
los chilenos es el transporte de la mujer grávida…
Él siempre
tuvo la disposición de ser un buen escritor, aún recuerdo las agradables
conversaciones entre quien iba a ser uno de los narradores jóvenes de
México (Héctor Perea, entonces en el CCC con nosotros) y Eduardo García
Aguilar: las conversaciones eran de arcas perdidas, de sueños no
negociados, de añoranzas fílmicas y literarias entertenecidas, de
vocación y lirismo en pleno VIP del Patio de la antigua Cineteca
Nacional de México, aspiraciones sobraban y rebeldía había de sobra.
Porque
todo aquello era una transición latinoamericana, vivida junto a las
ideas de grandezas de López Portillo, con su política sobre el Caribe,
Castañeda padre obliga, que hizo llegar a nuestras costas el único Padre
Montesinos Rastafarian, que bien alguna vez conmoviera a Antonio
Zaglul.
Aquel México que ya no existe más donde bien podías
encontrarte en una casa de los viejos generales o emparentados de la
Revolución, troncos apellidos, reventón obligaba también: eran los
tiempos de Campestre Churubusco, la fiesta todos los días, lunes,
martes, miércoles y jueves habían perdido nombre, se llamaban viernes y
sábado y la vida del mundo exterior transcurría desde los cielos de
México en rebeldía por ser visto y parir colores.
En la escuela,
entre argentinos (uno de Cordoba y otro de Buenos Aires) colombianos,
salvadoreños, brasileños, dominicanos y mexicanos, el CCC buscaba un
nivel insólito que generó un gran viraje en aquella escuela modocita
hasta que nosotros llegamos, todos, y la pusimos patas hacia arriba
(Pepito de la Colina, español, mala leche y profesor no muy querido aun
debe recordarse de quienes le curaron aquella amargura manchega que el
aula no tenía por qué pagar) para que pudiera respirar de los tabúes y
estrecheces, para que fuera Scola libera, entonces nadie puro parar todo
aquello: galope de manzanas a trote en plena pendiente, desborde de
curiosidad y fascinantes discusiones, nombres en claves que no
necesitaban ser descritos, utopías latinoamericanas, en fin, mientras
Reagan regaba lo único que sabía: hambre, miedo y luchadores de
libertades americanas en toda Centro América, obviamente en este tema
estábamos divididos: porque algunos si bien rechazabamos la dictadura de
la dinastia Somoza, el cuento Sandinista del poder y su transformación,
era una cosa, aunque respetábamos lo que había significado la guerra de
liberación contra la dictadura.
El resto de la historia, nos daría la razón a algunos, lamentablemente…
Pero
era un tiempo de mucho tránsito por México, su ubicación geográfica, su
frontera con Guatemala y los vientos que soplaban le obligaban a ser
una discreta frontera de tolerancia, porque Guatemala era una sola nota
de desaparecidos.
De ese México habrá siempre un nombre memorable:
Alaíde Foppa, la campaña por su aparición viva, la movilización por
aquella mujer brillante, excelente poeta, dulce en sus añoranzas
silenciada por el servicio secreto del ejercito de Guatemala; se perdía
en las tinieblas del oscurantismo militarista una voz, esa Alaíde era la
misma que tenía un excelente programa en Radio Educación llamado Foro
de Mujeres, Susan Sontag, por cierto por esas ondas había pasado,
haciendo dúo de voz con Alaíde Foppa con una ironía en las ideas que
solo la gran agudeza puede mostrar sin banalidad…
Mientras todo
esto pasaba, en el corazón de los años 80, Eduardo García Aguilar
mostraba una peculiar sensibilidad para mirar todo lo que como grupo
vivíamos, indiferencia no había, pero tampoco existía aquel aferramiento
a esas revoluciones de boquitas pintadas y café, de tedio en mesa y
bostezo dorado de no compromisos.
Entonces cuando el chauvinismo
mexicano afloraba, enfermizo y letal el arma del desarme era no ponernos
nacionalistas y todo se neutralizaba de inmediato, en este punto
Eduardo García Aguilar era clave, para hacer entender que los
nacionalismos necios no tenían razón de ser, en más de una ocasión fue
su tema polémico y la conclusión era la misma: que valorabamos y
queríamos a México porque su historia permitía reunirnos en aquella
tierra hermosa y sufrida, noble y digna, como su gran pueblo, el
fantasma del artículo 22 se alejaba de inmediato, que creo era el de la
expulsión con el cual hacíamos bromas todos los días y todas las noches
en los inmensos y maratónicos reventones de ciudad grande me he
perdido, trágame, estrújame, tiéndeme y avísame cuando llegue el lunes…
De
ahí el título de este apartado: Exterior Reventón, o lo que es lo mismo
fiesta ciega latinoamericana contra la guitarra de las 10 de la noche,
que suele sacar en todo buen mexicano el amargue a lo Jorge Mistral.
Exterior Reventón, cuando la calle se hacía grande el viernes en la
escuela, cuando las luces del cine se apagaban en historia del Guión en
el Cine mudo, el profesor Pérez Turren, sabía que algo pasaba, porque el
exceso de ginebra en la oscuridad impedía pronunciar el nombre de F. W.
Marnau correctamente, el Exterior Reventón, nombre en clave mexicana de
la fiestas, apenas se iniciaban allí, aquello era…
Y en el
espíritu de toda aquella gente interesante, de humor y profundidad
cuando era necesario, de fascinación por libros y películas, de
adivinadores de claves en cintas y libros complicados, de polémicas
amistosas, el Exterior Reventón era la clave de una bohemia fértil, el
futuro así lo demostraría.
Porque era imposible vivir el Distrito
Federal sin aquellas convocatorias, sin mirar el mito popular del Santo
luchando contra las Momias de Guanajuato y las mil operaciones en los
ojos de Rigo Tovar a ritmo de música cachaca, ritmo retozón muy lejano
de los corridos de polka norteño, mientras Elena Poniatowska, sonrojada
nos contaba cómo había conocido a Gaby Brimmer, eso que luego fue
reducido a: Gaby a True Story.
Sabíamos que era demasiado, se
vivía más de lo que suponíamos y entre ficción y realidad, entre la
inmensidad de librerías fabulosas, entre análisis de marxismo
transnochado, Bartra y sus cruces, interpretaciones agrarias y agrias
aparte, los penkos cuerpos de las chicas de Ghandi y Polanco, una
especie de Gazcue en sus albores, Exterior Reventón, possssssí, no había
de otra, estudiar el cuete, cuete, que era como decir cohete,
definición atinada y espacial mexicana, lo que para los domicanos es el
jumazo glorioso, que suponemos en este caso muy tricolor…
Aquel
México ya no existe más, en el sortilegio que es siempre volver a
México, designio piramidal aún sin descrifar, espacio poseído de una
historia invisible todavía no narrada, irrupción de un deseo que se
convierte tortuoso e inevitable, hasta que se cumple, para comprender
que hay un solo México y cada uno de nosotros lo lleva tatuado por
dentro, porque aquel México ya no existe más, fue un momento, un tempo
de nuestras vidas, atesoramiento en la ilusion en la que el sueño del
maguey gigante que te persigue se detiene cuando el avión vuelve y
aterriza en el Distrito Federal, ahí fue la útima vez que vi a Eduardo
García Aguilar…
SEGUNDA SECUENCIA (Y ULTIMA):
PARIS EN LE DANTON 2004. EXTERIOR
QUARTIER LATIN…
Mortecino el año 2004 no prometía grandes cosas en un París repasado y recorrido, con un frío nada habitual.
En
el mismo mes de diciembre en la Habana había preguntado a unos
mexicanos por Eduardo García Aguilar, alguien lo recordó y acotó que no
vivía ya en México…
Al llegar a París para el fin de año, había
pasado por allí en el 2000, no podía evitar cruzar por Odeon, por el
Barrio Latino, entrar a Le Danton y de repente observar una cara
conocida, a discresión.
Si esta secuencia se ubica como Exterior
Quartier Latin, es porque allí sin buscarnos, nos encontramos con
Eduardo García Aguilar y repasamos en París todos los sueños mexicanos,
los mismos que casi están narrados más arriba.
Luego de una larga
conversación de café, paseo por Luxemburgo, maravillados de nuevo por
esa forma de arte público más que centenario, Eduardo se confesó devoto
de París a morir, yo no pude compartir aquella idea, me reservé el
entusiasmo, pero tampoco le hice sentir mal, lo importante era que esta
ciudad nos había reunido y que eé estaba contento con autografiarme su
novela Tequila Coxis, donde nuestro grupo del CCC de México era
protagonista de espíritu, rebeldía y estampa.
Eduardo García
Aguilar ha sido la sorpresa que diciembre guardaba, descubriendo desde
el lugar de los mundos perdidos (allí donde un ángel guardián todo lo
mira y lo guarda) aquel encuentro entrañable esculpido desde el alma
misma de una ciudad fría, angustiosa, que se inquietaba en su frenesí de
espera al año nuevo que fue el 2005.