lundi 29 mai 2023

LOS MANIZALADOS DE FERNANDO JIMENEZ

Por Eduardo García Aguilar
En la novela Manizalados Fernando Jiménez cuenta la vida de un joven que a la edad de Cristo regresa fracasado a Manizales con una depresión alcohólica y los sueños rotos para ingresar al manicomio de San Cancio, donde en un mes vivirá en una sucesión infernal las dos tragedias mayores vividas por el país en noviembre de 1985 y además buscará esclarecer con un psiquiatra, que es sacerdote, y con una teurapeuta sexy las vicisitudes de su vida en una ezquizofrénica época de conflictos donde las mentes luchaban entre sacrificarse por la lucha revolucionaria o dedicarse a los mandatos del deseo.
En un muy efectivo encadenamiento de acontecimientos, el protagonista, un muchacho de clase media crecido en una familia tradicional y conservadora marcada por la impronta castrante de la madre, revisa su participación en una histórica huelga en la fábrica de texiles Unica que se enfrentó al poder y fracasó, razón por la cual huye hacia Bogotá para ocultarse durante una década encabalgada entre los años 70 y 80 dedicado a la rumba y el vicio en los legendarios sitios de baile La Teja Corrida y El Goce Pagano, donde se hunde en el alcoholismo, la droga y el fracaso de su generación perdida.
Miguel de Cervantes Zuluaga quería ser escritor cuando adolescente y tenía el talento para ello, pero jugó su corazón al azar y se lo ganó la revolución, que estaba de moda entre las juventudes de la época, atraída por las diferentes sectas izquierdistas de todo pelambre, prosoviéticas, maoístas, trotskistas, albanesas, norcoreanas, guevaristas y castristas que reclutaban a jóvenes pobres u obreros o a clademedieros y niños bien para su causa, involucrándolos como carne de cañón en peligrosas aventuras armadas o en delitos que recibían los peores castigos desde la cárcel y la tortura hasta la desaparición.
De esa generación malograda en Colombia muchos fueron abatidos en combate o fusilados por sus propios compañeros de la guerrilla, otros se suicidaron o enloquecieron, y los que sobrevivieron por milagro tuvieron destinos diversos como entrar al redil siguiendo las leyes del sistema o sumirse en el vicio, la vagancia o la delincuencia. 
Zuluaga se hunde, pero en el manicomio a donde lo lleva su autoritaria madre de la mano no solo descubre el misterio de la muerte del líder de la trágica huelga en la que se vio inmiscuido una década antes, sino que reencuentra poco a poco su vocación literaria, que se alterna con el delirio, porque literatura, arte y delirio van siempre de la mano. Muchas veces la demencia es conjurada por la válvula de escape de la creación, ya sea en los escenarios, como ha sido el caso de Fernando Jiménez, también conocido en las tablas como El Flaco Jiménez, o en las artes plásticas, la música o la escritura.

El protagonista tiene como contrapunto narrativo a un amigo de adolescencia, Eduardo, otro muchacho de la ciudad que escapó al destino trágico de su generación y se fue aun imberbe a vivir a París, donde se dedica a la literatura y a estudiar y desde donde incita a su amigo a olvidarse de la quimérica revolución imposible "que es un remedio peor que el mal" y a dedicarse al arte y a la vida, por medio de cartas, sarcásticos mensajes esporádicos y llamadas telefónicas donde lo cuestiona desde el otro lado del océano y lo invita a seguir sus pasos.

La estructura de la novela gira en torno al internamiento psiquiátrico del protagonista y en ese mes trágico para él y su país, hay referencias a la toma del Palacio de Justicia por el M-19 y la apocalíptica explosión del volcán del Ruiz que condujo a la destrucción de Armero con saldo de decenas de miles de muertos arrastrados y sepultados por el barro. También se cuentan los dramas de la juventud de la época atraída por los sueños revolucionarios y los deseos de cambio en un país injusto, cuyas taras llegan a su culmen en la sociedad de Manizales donde nace Miguel. Los fantasmas del pasado chocan con las rupturas explosivas de la época del rock, la droga y la libertad sexual que dinamitan de manera violenta las tradiciones y las inercias que parecían inamovibles desde los tiempos de la Colonia hispana.  

El líder Bernardo, que tiene los contactos con la lejana subversión, su novia Cristina, obreros y sindicalistas turbios como Patiño, militares como Camacho, la madre, el padre y el clero omnipresente, las familias de los huelguistas y los amigos generacionales son personajes de esta obra urbana escrita con energía, lucidez y mucho sentido del humor, que describe desde distintos ángulos a la ciudad y a su gente. El morro de san Cancio y su manicomio, Chipre, la Plaza de Bolívar y su gigantesca Catedral Primada, los barrios periféricos como Cervantes y La Avanzada, las cumbres nevadas y la vegetación desbordante, los antros de vicio, desfilan en esta acelerada película de Manizales.

La novela también está irrigada por las pulsiones y contradicciones  sexuales del protagonista y es una antena que capta los sucesos culturales de la época a través de ideologías, fanatismos, músicas, reflexiones psicoanalíticas y sociopolíticas, incursiones sexuales que desde afuera disuelven la autoritaria tradición conservadora de la ciudad y la transforman para siempre. Miguel al fin se reconcilia con la vida y descubre que no puede solucionar los problemas del mundo y recupera su máquina de escribir para plasmar la novela deseada y resolver los enigmas del pasado.   

Esta novela no solo enriquece a la literatura colombiana de su generación, a la que pertenecen Andrés Caicedo, Sonia Truque, Eugenia Sánchez Nieto, Evelio Rosero y William Ospina, entre otros, sino que a la vez constituye un nuevo aporte a la literatura inspirada por la muy reciente ciudad de Manizales y su corto siglo y medio de historia. En 227 páginas cerradas y explosivas, Fernando Jiménez ratifica su talento y nos hace desternillar de risa en cada uno de sus episodios. 

Así como García Márquez construyó su obra en la cantera de su pueblo nativo Aracataca, Fernando Jiménez hunde sus manos en el barro de su ciudad natal, Manizales, situada junto a los volcanes, para exorcizarla, cuestionarla y hacerla vivir en la ficción. Por eso Manizalados es una novela inteligente, ágil, veloz, muy bien escrita, que confirma la gran pericia de un autor que ya antes se ha destacado por décadas como humorista y por ser uno de los mejores contadores de cuentos de Colombia.         


 

  


EL CENTENARIO DE MANUEL MEJÍA VALLEJO

 Por Eduardo García Aguilar

El 23 de abril, día del Idioma, se celebró el centenario del natalicio de Manuel Mejía Vallejo (1923-1998), escritor antioqueño ganador de los premios Nadal y Rómulo Gallegos y una de las figuras más importantes de la literatura colombiana de la segunda mitad del siglo XX. En esta oportunidad no voy a hablar de su obra, sino de los momentos en que tuve la oportunidad de compartir con él en Guadalajara y Medellín.

Debo decir que la literatura colombiana en aquellos momentos tenía un carácter más humano, convivial y menos competitivo y comercial de lo que ocurre en este primer cuarto del siglo XXI, donde la mayoría de los autores, hombres y mujeres, viven una avorazada carrera por el éxito y la fama y producen como conejos obras a destajo para estar presentes en el panorama efímero de las ferias y las librerías.

Por eso no es extraño que a los de nuestra generación, la Generación Sin cuenta, como se le suele llamar, hubiésemos tenido la oportunidad de compartir con los grandes maestros del aquel tiempo, pero no como vasallos o intimidados discípulos, sino como amigos y compañeros de mesa y ebriedad.

El gran escritor contemporáneo Juan José Hoyos ha escrito hace poco una magnifica crónica de como conoció a los 20 años a Manuel en su casa de Medellín, a donde había ido para entrevistarlo, pero que el final se convirtió en otro partícipe de esas charlas humanas donde el escritor, antes de posar, vivía y contaba la vida y la literatura al calor de los rones y el cántico de los pájaros, el ladrido de los perros y el treno crepuscular de los grillos. 

Juan José Hoyos hace un retrato magistral de Mejía Vallejo como un ser humano antes que todo, escritor que según él sería regional en el mejor sentido de la palabra regional, como lo fueron en su tiempo Tomás Carrasquilla y tantos otros de la humanidad como las hermanas Bronte, Benito Pérez Galdós, León Tolstoi, Mark Twain y William Faulkner. Sus palabras me han conmovido porque igual que él, quien es de mi generación, tuve también la fortuna de conocerlo de cerca.

Primero durante una visita a Medellín cuando vivía en México y acababa de publicar mis primeras novelas Tierras de leones y Bulevar de los héroes en la capital mexicana y llegué allí a participar en el famoso taller que él impartía en la Biblioteca Piloto de Medellín.

Como suele ser para todo escritor que publica sus primeras novelas cuando está en la flor de sus treinta años, siempre los mayores te reciben con el afecto hacia lo que ellos consideran escritores promisorios que les recuerdan los tiempos en que ellos lo fueron y por eso les abren las puertas y la amistad con la generosidad del tiempo ido. Así era también su contemporáneo y amigo Alvaro Mutis, que antes que autor era un amigo para quien la vida contaba antes que cualquier vanagloria. Y también así fueron Manuel Zapata Olivella y Fernando Charry Lara.

Manuel Mejía Vallejo me recibió en un salón aledaño al escenario desde donde impartía el taller. Como siempre vestía de traje y tenía esa figura de bigote y cejas pobladas que caracteriza a nuestros ancestros de las tierras antioqueñas crecidos con la frente despejada, un pie en las montañas y otro en los valles y las ciudades crecientes, nutridos de naturaleza, viajes a caballo, excursiones por ríos y quebradas, trochas y precipcios, y sesiones de guitarra y alcohol en fondas a la vera del camino, como en el famoso poema de León de Greiff, cuando dice que "en el alto de Otramina, pasando ya para el Cauca, me encontré con Toño Vélez en qué semejante rasca".

De esa misma estirpe era el maestro Fernando González, autor del bello libro Viaje a pie, donde cuenta sus aventuras de viaje acompañado del padre de Estanislao Zuleta a través de la cordillerra central, por donde llega a Manizales desde el norte cuando nuestra urbe estaba en plena reconstrucción tras los devastadores incendios y emergía la gigantesca catedral que entonces era para él un inmenso molar de cemento abierto en la cumbre.

Una hora antes de la salida al esenario, Manuel sacó una botella de Ron Antioqueño y empezó a servirme las mismas dosis que él bebía, de modo que al iniciarse el acto estaba prendidísimo y mucho más que él, veterano en esas lides. No sé lo que dije aquella tarde, pero sin duda los efectos del ron debieron sacar del fondo del alma de un escritor en formación los secretos más profundos. Vi por esos días en Medellín a otros dos grandes narradores amigos, Darío Ruiz Gómez y Fernando Vallejo, que son de la misma estirpe que Carrasquilla, González y Mejía Vallejo y con todos ellos compartí en la capital antioqueña horas inolvidables.

Otra vez volví a verme con Manuel en la Feria Internacional del libro de Guadalajara, que estaba dedicada a Colombia. Como era una feria aun naciente, cuando Manuel llegó a la capital de Jalisco no había habitación ni para él ni Fernando Cruz Kronfly, por lo que tuve que mover cielo y tierra con los mexicanos para solucionar el problema y evitar que durmieran ambos en los sofás del lobby del hotel. Fue una anécdota divertidísima. Después todos caminabamos felices por las soleadas calles de Guadalajara al calor del tequila y Manuel siempre estaba allí comandándonos  a todos con el aura marvillosa que aun tiene desde el más allá a cien años de su nacimiento.


  



EL ETERNO VERANO DE MARVEL MORENO

 Por Eduardo García Aguilar

Conocí a Marvel Moreno (1939-1995) gracias al hispanista francés Jacques Gilard, a quien vi por primera en un gran encuentro de literatura hispanoamericana en la Universidad de Toulouse donde estuvieron presentes Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Juan José Saer, Flor Romero de Nohra, Alba Lucía Ángel, entre otros. En ese entonces estudiaba en la rebelde Universidad de Vincennes y nos invitaron a realizar una exposición del Centro de Información para América Latina que animábamos allí y a donde acudían muchos de los exiliados latinoamericanos. 

Con Jacques nos hicimos amigos porque encontré su billetera con papeles y dinero que él había perdido en el auditorio y lo busqué por toda la universidad sin conocerlo para entregársela. Me hizo una fiesta por ese gesto y empezó así una larga relación literaria. Él era un brillante y joven académico que estaba en ese entonces dedicado de lleno a la literatura colombiana, recopilando la obra periodística de Gabriel García Márquez y los escritos de Alvaro Cepeda Samudio y por supuesto era muy amigo de Marvel, la admiraba y ya sabía de su obra en marcha.

Yo era un muchacho y aunque ya había escrito y publicado en revistas y suplementos desde la adolescencia, hacía mis primeros intentos de escribir una novela larga y un día que él vino a París me la presentó al frente de su casa en la rue Croulebarbe y le pidió a ella que leyera mis textos y nos viéramos para hablar de literatura. Marvel también estaba enfrascada en la redacción de sus cuentos y novelas.
 
Después de ese primer encuentro Marvel me invitó a su casa para que charláramos. Ella no había publicado aun ningún libro, aunque sí cuentos en revistas. Gilard la admiraba mucho, pues había pasado temporadas en Barranquilla y se sentía barranquillero adoptivo, costeño esencial. Él fue el primero en percibir con claridad, antes de que ella publicara sus obras más importantes, Algo tan feo en la vida de una señora bien (1980) y En Diciembre llegaban las brisas (1987), la magnitud literaria y las posibilidades de Marvel.
 
El feminismo estaba entonces muy en boga en Francia a través del Movimiento de Liberación Femenina (MLF), a cuyas manifestaciones acudíamos los estudiantes con nuestras amigas o novias feministas. Esos años fueron importantes, pues en Francia se acababa de votar la autorización del aborto, promovida por la ministra Simone Veil, y el MLF era un movimiento muy activo al que éramos muy sensibles los estudiantes.
 
Cuando ella llegó a vivir a París y decidió quedarse la literatura feminista circulaba mucho entre los jóvenes, especialmente a través de la editorial Femmes, que publicó poco después en francés a Marvel Moreno. También circulaban traducciones de feministas norteamericanas como Betty Friedan, Kate Millet y Erica Jong. Ella estaba muy conectada con esa atmósfera de liberación feminista cultural y sexual generalizadas de los años 60 y 70, en tiempos posteriores a mayo del 68.  

El día muy soleado de mayo cuando la conocí hacía mucho calor y me impresionó su frescura y belleza. Era una mujer alta, moderna, con una larga cabellera y gestos de gacela, piernas largas. Llevaba jeans y una blusa blanca vaporosa. Tenía 39 años y había nacido en septiembre como yo, o sea que compartíamos el hecho de pertenecer al signo Virgo. Gilard estaba feliz, muy excitado esa tarde y bromeaba mucho con ella. Veo esa tarde espléndida en mi memoria como si hubiera sido ayer. Por los azares de la vida, he vivido todo este siglo XXI en la Place D'Italie, a unas cuadras de la rue Croulebarbe, veo su edificio desde mi apartamento y cada vez que paso por ahí me acuerdo de ella. 

Marvel le dio una estocada al mundo patriarcal de las élites de Barranquilla y lo plasmó para siempre sin miramientos. Un mundo de patriarcas vulgares y poderosos que pervive intacto en la actualidad. Después de ser la reina del Carnaval, y compartir con la Miss Universo Luz Marina Zuluaga, que asistió a su coronación, dejó atrás todo eso y se convirtió en un mito insumiso de la ciudad, la mujer que se rebela contra su destino, problemática, que cuenta todo, la mujer conflictiva que adopta la causa de las insumisas.

Fue una luchadora contra la dominación patriarcal en la Costa Atlántica, que también se extiende a los territorios interiores y capitalinos de Colombia, cuestionados por Helena Araújo en sus novelas Fiesta en Teusaquillo y Las cuitas de Carlota. Machismo y falocratismo que se extiende a todo el continente y al mundo y domina desde hace milenios. De hecho, su último libro salió gracias a que un movimiento de jóvenes estudiantes barranquilleras rebeldes cuestionaron con un performance durante una mesa redonda sobre Marvel la censura familiar y exigieron la publicación de El tiempo de las amazonas (2020), que es un libro muy subversivo aun para hoy.

Barranquilla siempre vivirá en su obra, la de una reina de belleza que estudia, lee y se rebela como una estrella de rock de los maravillosos años 60 y 70 y la cuestiona desde diversos ángulos con la fuerza de Susan Sontag, Angela Davis y Patti Smith. Su primera y más conocida novela En diciembre llegaban las brisas, publicada por Plaza y Janés, está marcada por el decidido carácter antipatriarcal de su obra, centrada en su ciudad natal y las tradiciones y taras sociales, culturales y de género que tuvo que padecer en aquel ambiente del que huyó para siempre y al que no volvió. Ella se atrevió a enfrentar ese mundo y alejarse de él en un barco que va sin retorno con las velas abiertas.






vendredi 26 mai 2023

ACEVEDO GONZÁLEZ ENTRE LA BRUMA

Por Eduardo García Aguilar


Un escritor manizaleño al que se debe rescatar y estudiar con intensidad es Rodrigo Acevedo González, quien nació el 6 de septiembre de 1956 y murió joven a los 41 años el 7 de diciembre de 1996. Tuve la fortuna de ser su amigo en esa edad marvillosa cuando se va saliendo de la adolescencia y se vive la poesía y el sueño de la literatura con pasión iniciática, y además haber sido testigo y admirador de su inmenso talento e inteligencia.

En aquellos tiempos proliferaban en la ciudad los premios literarios convocados por instituciones y colegios en los que muchos estudiantes de bachillerato participábamos con entusiasmo en una competencia leal por llevarnos los premios y obtener las preseas.

En varios textos me he referido a Acevedo González como nuestro Rimbaud, porque desde muy temprano su poesía fue certera y moderna como pocas, tanto que si hoy se reunieran las colecciones que publicó en vida, El territorio y la máscara (1981) y Poemas del tiempo recobrado (2000), y las que están inéditas, nos sorprenderíamos de su nivel, que lo hace merecedor a aparecer en las mejores antologías de poesía colombiana de donde ha estado ausente por el exagerado centralismo.

Tengo una foto donde vamos caminando juntos por la séptima de Bogotá, cuando teníamos menos de 19 años y él realizaba visitas a la capital buscando joyas en las librerías de viejo y en las bibliotecas, especialmente en la de la Universidad Nacional, donde yo había ingresado a estudiar Sociología. No solo estaba enterado de los clásicos antiguos y modernos, de las poesías francesa, inglesa, alemana e italiana, sino también de los escritores modernos que publicaba Seix Barral en Barcelona, como uno de los narradores y ensayistas de la Nueva novela francesa, Michel Buttor, autor que me arrebató una vez de las manos para leerlo con fruición y hacer agudos comentarios sobre su lectura al día siguiente.

Cuando estaba en Bogotá le encantaba ir a la Universidad Nacional y recorrer todos sus ámbitos. A veces se hospedaba en mi casa o en la de otro compañero de Sociología, manizaleño también, llamado Aicardo Navarro, quien muy enterado ya en ese entonces de los temas psicoanalíticos solía bromear con él cuando a veces nos decía que deseaba suicidarse. También acudía a El Espectador y El Tiempo, donde esperaba publicar textos en los suplementos literarios.

Conservo unas 30 cartas que él me escribió desde Manizales en esos años, ya que sostuvimos una intensa correspondencia y las misivas iban y venían con mucha frecuencia. He leído sus cartas y he descubierto ahí la pasíon que él tenía por la literatura y la vida, las inquietudes sobre el mundo y el futuro y el testimonio de sus lecturas y opiniones. De mi parte le escribía larguísimas cartas que tal vez desaparecieron, pero no dudo que las suyas eran mejores que las mías.

Rodrigo siguió su vida atormentada en Manizales, atrapado sin salida en ese mundo que cuestionaba, y se convirtió hacia el final en un ermitaño hermético que deambulaba solitario con un enorme perro por la carrera veintitrés. La última vez que lo vi de lejos con el can cuando yo iba con mi amigo Antonio Leiva, no me atreví a interrumpir su soliloquio imaginario, mientras caminaba altivo hacia el Parque Caldas.

Una vez fui a su casa cuando vivía por la plaza Alfonso López, no lejos de la residencia de su familia y compartimos una alegre tarde con nuestro amigo el filósofo Carlos Arturo Orozco Grajales. Y esa fue la última vez que hablamos y compartimos de verdad. Otra vez lo busqué sin éxito en un apartamento situado por Hoyofrío, pero nos perdimos el rastro hasta que supe la noticia de su repentino fallecimiento. Durante todos esos años ganó premios locales, publicó varios libros, participó en encuentros literarios y dejó una obra que comentó con lucidez el novelista y ensayista Roberto Vélez Correa, quien como él murió joven y se nos anticipó hace tiempo.

Es cierto que Rodrigo tuvo una vida atormentada, pero quienes lo conocimos y lo frecuentamos con amistad y afecto sabemos que en el fondo era alegre, bohemio, gran amigo, frágil, siempre enamorado, degustador de vinos y poseedor de una sensibilidad moderna que se refleja en sus poemas contemporáneos, que rompieron moldes antes de tiempo. En su poesía hay vida, verdad, deseo, mal, ciudad, basura, ratas, calle.

Sobre él han escrito además Carlos Arboleda González y Conrado Alzate Valencia, que en un texto cita un fragmento de Vélez Correa sobre el poeta, donde dice que "Rodrigo fue una extraña mixtura de artista decadente, joven airado, romántico cursi, lector empedernido, poeta maldito, alcohólico irredimible, y un solitario que amó a su abuelo Felipe González, el músico de los Hermanos González…”.

Sería bueno que en las universidades y entre las nuevas generaciones se revisara y estudiara su vida y obra y se rescatara del olvido su luminoso paso y su huella entre las brumas de su ciudad natal Manizales. Tengo como joyas esas cartas que ojalá algún día se publiquen y algunos materiales que he obtenido gracias amigos que como Fernando Ramírez Lema, sobrino del excelente poeta caldense Hermann Lema, fueron sus contemporáneos y admiradores.

Somos varios los amigos sobrevivientes del poeta y sería bueno reunir sus textos y rendirle el homenaje que se merece nuestro Rimabud de Manizales, el precoz y brillante poeta que gritó ante el cosmos contra nadie y contra todos y a favor de la vida, el vino y el deseo frente a los volcanes y entre la bruma. Qué alegría y fortuna haber sido su amigo y cómplice cuando todo apenas comenzaba.
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Publicado en La Patria. mnizales. Colombia. Domingo 28 de mayo de 2023.