samedi 8 août 2020

CENTENARIO DE OTTO MORALES BENÍTEZ

Por Eduardo García Aguilar

Este 7 de agosto se cumplieron cien años del natalicio de Otto Morales Benítez (1920-2015), una de las grandes figuras del liberalismo colombiano en el siglo XX, quien además de ejercer varios cargos gubernamentales y participar en negociaciones de paz en Colombia, dejó una prolífica obra escrita y una leyenda como persona infatigable, enérgica, jovial y amigable, cualidades que conservó hasta el final durante su larguísima vida. Tenía la talla y las cualidades necesarias para haber sido un gran presidente de Colombia, pero como es bien sabido en nuestro país, no son por lo regular los mejores ni los más generosos quienes llegan al solio de Bolívar.
Alguna noche lo vi bromeando en la casa de Poesía Silva sobre su destino presidencial con otro candidato humanista, Carlos Gaviria, lo que mostraba que nunca tuvo la más mínima frustración al respecto, sino que por el contrario podía reír a carcajada batiente sobre la aventura de aspirar y fracasar en el intento en este extraño país que vive desde siempre su historia como si viajara en una peligrosa y terrorífica montaña rusa. Al llegar esa noche a la Casa Silva parecía que todo se iluminaba de repente y el frío y la humedad bogotanas que reinaban en la vieja residencia del poeta modernista, poblada de líquenes y musgos, parecían dar paso a una intrincada y colorida jungla surgida de las entrañas del realismo mágico. Siempre se hacía un corrillo a su alrededor y todos se contagiaban de su alegría y vitalidad.
Con su sombrero Stetson negro, el bastón, el traje, la corbata y el chaleco impecables, Morales Benítez era una figura fascinante de otra época de Colombia cuando la política era en su mayoría ejercida por humanistas, pensadores y lectores, que aunque pertenecieran a los partidos enemigos o se situaran en los extremos ideológicos, tenían en común un jardín secreto que estaba poblado por la literatura, el pensamiento y la historia. Muchos políticos de su tiempo, como Alberto Lleras, Belisario Betancur o Alfonso López Michelsen, entre otros muchos, ejercieron la escritura en diversos géneros y cuando los dos grandes partidos del país eran sólidos y tenían ideas y no solo componendas, ellos sabían elaborar idearios.
Nacido en Riosucio en el seno de una familia acomodada, siempre fue fiel a esos recuerdos de los ajetreos comerciales de la casa nativa y al trabajo infatigable de su padre para mantener la prosperidad de sus negocios. Tenía cierto parecido con Jorge Eliécer Gatitán, ese gran líder liberal asesinado, pues en la sangre y los rostros de ambos corría la energía del mestizaje colombiano fraguado por siglos de trabajo en las montañas y cuencas del país. Por eso él siempre fue leal al pueblo, a los campesinos, a los indígenas y a los afrodescendientes marginados que con su sudor contribuyeron a crear la riqueza del país y han estado tan presentes en su tierra natal, donde se celebra el muy famoso carnaval del Diablo.              
Tras estudiar en Popayán y Medellín como era de rigor en esos tiempos y graduarse de abogado, Morales Benítez se convirtió en un joven líder regional del partido, reconocido por sus talentos oratorios y don de gentes. Como mi padre también perteneció a ese partido, en su ala más progresista, y compartió con esa generación mucha aventuras en aquellos difíciles tiempos de la historia del país, desde muy temprano tuve conocimiento de su existencia porque en la biblioteca de la casa había dos libros suyos que leí y me marcaron cuando estaba en cuarto de bachillerato. Se trata de Testimonio de un pueblo (1951) y Revolución y Caudillos (1962) que devoré entonces disfrutando la prosa vital de ese escritor a quien mucho tiempo después tendría la fortuna de conocer y frecuentar cada vez que regresaba a Colombia desde México o Francia. En el primero descubrí las raíces profundas de la región donde nací y en el otro sentí vibrar la acción de los rebeldes que en Colombia lucharon contra las injusticias, el racismo, el clasismo, la esclavitud y la marginación y murieron por ello. 
Morales Benítez tenía su oficina en un alto piso del famoso edificio Colpatria, diagonal al Hotel Tequendama, donde recibía todo el día en romería a muchas personas que acudían a él desde lo más profundo del país y sin duda en especial de su tierra natal. Algunas veces me quedé con él hasta tarde en la noche y salíamos juntos caminando hasta el Hotel Tequendama, donde tomaba el taxi y me ofrecía llevarme hasta las Torres del Parque donde me hospedaba, para luego enrumbarse hasta su residencia situada en el norte. En el taxi seguía su inagotable y nutritiva conversación. 
Lo que más impresionaba de hablar con él era comprobar su lucidez, el entusiasmo y la energía que conservaba a tan alta edad y su deseo de hablar con los jóvenes y compartir sus sueños. Ese deseo de comerse la vida y el tiempo y vivirlo a pasos agigantados me hacía pensar en nuestros viejos robles, ancestros que despejaron los baldíos contra viento y marea y fundaron pueblos y ciudades que surgían en terrenos cubiertos hasta hace poco por la jungla templada. Esas montañas guardaban en su seno el brillo del oro de los indígenas exterminados por los conquistadores, colonizadores españoles y los criollos que los sucedieron, y cuya se presencia se veía en los fuegos fatuos que salían de sus tumbas llenas de joyas, imágenes y vasijas.
Su generosidad con los nuevos no tenía límites y me impresionó con el regalo de un largo ensayo sobre mi novela El viaje triunfal, que aun hoy me sorprende y que incluyó en Las líneas culturales del gran Caldas. Su primer libro fue un estudio sobre la fundación de Manizales y la gesta de la colonización de nuestras montañas. A falta de historia por lo reciente que era todo en Caldas, él trató de cimentar en su juventud esos hechos dándoles proyección hacia el futuro. Hasta el final de sus días seguía entonces empeñado en construir la historia de la tierra nativa, por lo que se interesó por lo que escribíamos los nuevos.
Con Testimonio de un pueblo descubrí adolescente la gesta de los fundadores de Manizales y las bases de esa gran expedición llena de pleitos agrarios. Ahora que lo evoco caminando a su lado esa noche bogotana, no puedo menos que agradecerle su generosidad y esperar que volvamos a leer algunos de sus libros, especialmente los escritos en esa primera impetuosa juventud. Otto Morales pertenece a una generacion de humanistas colombianos inolvidables, entre los cuales figuran Alvaro Mutis, Fernando Charry Lara, Manuel Zapata Olivella, Héctor Rojas Herazo y muchos otros nacidos en los años 20 del siglo pasado. Todos ellos se caracterizaron por no crear distancias con los jóvenes e ir hacia ellos para leerlos e impulsarlos. Figuras como Otto Morales Benítez y los humanistas de su tiempo son los verdaderos pilares necesarios de la cultura colombiana. Gracias a esos pilares la casa no se derrumba del todo. En este repugnante caos actual, cuando desfallezcamos, invoquemos a Otto Morales Benítez y a esos pilares e inspirémonos en ellos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 9 de agosto de 2020.

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